jueves, 28 de agosto de 2014

El hogar de los juguetes rotos

El hogar de los juguetes rotos es una historia corta a todo color guionizada e ilustrada por Lolita Aldea, autora que quizá os suene por ser la dibujante de El síndrome del hilo enredado.


Alan es el dueño de una juguetería artesanal en bancarrota que está a punto de dar por perdido su sueño. Ante el inminente cierre de la tienda, decide arreglar los últimos juguetes que le quedan pendientes. Es entonces cuando Valerie, una de las muñecas rotas, se levanta como por arte de magia e insta a Alan a seguirla al mundo de los juguetes...

El hogar de los juguetes rotos es un cuento agridulce. Como muchos cuentos tiene un inicio abrupto y un protagonista voluble que tiene tan poco apego por su vida que ni siquiera duda a la hora de atravesar un espejo sin ninguna clase de explicación previa (no bromeo, Valerie ni siquiera se digna a decirle a dónde van).


Una vez en el mundo de los juguetes, Alan se reencontrará con todos los juguetes rotos que le quedaban por arreglar en la juguetería (que, pensándolo bien, no tiene demasiado sentido que se fueran voluntariamente a un lugar donde ya sabían de antemano que estarían en peligro) y no tardará mucho en descubrir las intenciones ocultas de Valerie al arrastrarlo allí.

Mientras que Alan me resulta cargante por su indecisión y su prácticamente nulo carácter, Valerie es un personaje fuerte y adorable a la vez con claroscuros que la hacen mucho más interesante que su compañero juguetero. Esta pareja debe cargar con todo el peso de la historia ya que los secundarios son tremendamente prescindibles por lo que quizá un protagonista más carismático que Alan le hubiera dado más chispa al cómic.

Al margen de que esté más o menos en desacuerdo con el desarrollo de la historia, la moraleja final es una preciosidad porque concluye que todas nuestras imperfecciones son las que nos hacen ser quienes somos, las que nos confieren una identidad, de la misma manera que nuestras grandes vivencias dejan una marca imborrable en nuestra personalidad. Sin embargo, esto mismo resulta atroz ya que Alan se ha pasado su vida arreglando juguetes y, por lo tanto, destruyendo sus identidades.


El hogar de los juguetes rotos es un cuento original, con un diseño de personajes alucinante, un dibujo precioso y un coloreado de lo más vívido; sin embargo, peca de simplista y se lee en un suspiro. Creo que esta brevedad no le beneficia en absoluto ya que, a mi parecer, quedan demasiados cabos sueltos que requerirían de una mayor explicación para hacer la historia más redonda. 

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