viernes, 5 de agosto de 2016

La Reina Orquídea / Teresa / Panorama esperanzador

Desde que leyese (o me paseara por sus viñetas, más bien) Fantasmas, no le he quitado el ojo a la editorial El verano del cohete. Es por eso que antes incluso de su publicación, ya conocía (y codiciaba) la obra que me ocupa hoy. De hecho, me parece una oportunidad perfecta para daros a conocer esta editorial alternativa, animaros a comprar sus obras, y agradecerles que me enviasen por correo hace ya año y medio (un agradecimiento tardío, lo sé) y de forma absolutamente gratuita el ex-libris de Fantasmas. Sé que lo hicieron, a su vez, porque se sentían agradecidos por mi reseña pero es la primera y única vez que una editorial me ha hecho un obsequio derivado de mi labor con el blog así que aún me genera satisfacción recordarlo.


Teresa y Matilde se disponen a afrontar otro largo y aburrido verano. Como todos los años, llevan a cabo un extraño ritual en el que piden un deseo como si acabasen de ver una estrella fugaz. Los días transcurren entre quejas y bromas, hablando de sus series favoritas, lamentándose por la excesiva disciplina de sus padres... Sin embargo, el anacrónico escenario, la aparente indolencia derivada de la falta de rasgos faciales y el aislamiento de las dos adolescentes que parecen ser las únicas habitantes de su pequeño universo, invitan al lector a ponerse en guardia por lo que pudiese pasar.

Es increíble que con apenas dos días de diferencia decidiese leer sendas compras que hice en el GRAF hace ya casi cinco meses. Increíble porque no escogí Gummy Girl y La Reina Orquídea como lecturas consecutivas de forma deliberada pero una vez terminada esta última mi mente no puede evitar trazar paralelismos entre ambas. La protagonista adolescente, el conflicto de la sexualidad, el tinte sobrenatural, de nuevo la metáfora de la madurez y el cambio; también se asemejan en el grafismo: particular, llamativo y personal en ambos casos, con estéticas casi diametralmente opuestas y con una escala cromática muy reducida como único nexo en común. Hasta el número de páginas es el mismo. Este tipo de coincidencias no hacen otra cosa que asombrarme. 


La complicidad entre Teresa y Matilde es genuina. Se pasan el día discutiendo sobre nimiedades y aspectos superficiales pero, cuando una cuestión seria aflora en la conversación, rápidamente se cambia de tema o se intenta bromear sobre el asunto sin mucho acierto. Son dos chicas que tienen un mundo interior cada vez más complejo pero que ni saben materializar en palabras ni quieren compartir en su despiadada inmadurez.

El autor no nos cuenta absolutamente nada de forma directa. Tenemos que inferir de los silencios, las pausas, y de las aparentemente triviales divagaciones de ambas protagonistas, el mensaje real de La Reina Orquídea. Siendo honesta, creo que va más allá de lo que yo he sido capaz de percibir pero confío en futuras relecturas para poder interpretar mejor ese inopinado final.


Complementan la lectura un par de libritos de ilustraciones: Teresa y Panorama esperanzador. A pesar de que las nuevas imágenes aluden a La Reina Orquídea, el nulo diálogo y la simplicidad de las mismas dificultan todavía más extraer alguna clase de sentido... Aunque se hace todavía más patente ese anacronismo que comentaba antes manteniendo escenarios clásicos del cómic madre (por llamarlo de alguna forma) pero introduciendo elementos contemporáneos como colegialas en uniforme. Aunque más que eso, se adentra definitivamente en el terreno sobrenatural, ya no tanto con la trama sino puramente con las ilustraciones, más que viñetas, que muestran híbridos deformes y alguna que otra ley de la física puesta en entredicho.

El contraste continuo entre contenido y continente, femenino y masculino, obediencia y rebelión, confinamiento y libertad, posesiones y vacío, anhelo, resignación y desidia, hacen que el conjunto sea extraño como pocos pero delicioso a la vez. No le quito el ojo a futuras creaciones de Borja González (y, probablemente, vosotros tampoco deberíais).

miércoles, 3 de agosto de 2016

Historia de un vecindario

Aunque tenía demasiado recientes los spoilers de las aclas del primer tomo de Paradise Kiss (donde básicamente destripan media trama de Historia de un vecindario, tras haber destripado la otra mitad a lo largo de la propia secuela), tenía también muchas ganas de seguir leyendo las aventuras de Mikako y compañía, aunque fuese retrospectivamente así que no me pude resistir a elegir este manga como siguiente lectura.


A ratos, tras quedar maravillada con un capítulo más de esta obra, me abstraía preguntándome por qué es tan sobresaliente un shôjo de instituto, con sus polímeros amorosos, su protagonista testaruda, su interés amoroso buenazo, los celos, la incapacidad para reconocer que se está enamorado... ¿Qué diferencia Historia de un vecindario de otros shôjos de instituto del montón (si me perdonáis la expresión)? Ai Yazawa es sublime tanto en la presentación como desarrollo como diseño de los personajes. De una a otra obra no deja de alternar entre protagonistas patológicamente responsables, otras que son más buenas que el pan, las inocentes, las caprichosas, las emocionales, las inestables, las gélidas, las espontáneas, las impetuosas... Todas tienen virtudes y defectos y a todas se las termina aceptando tal y como son en una espléndida gala de la diversidad humana.

Mikako es testaruda y decidida pero también tiene una faceta vulnerable, que se esfuerza en ocultar, reticente a llorar en público, a ser sincera consigo misma y con los demás, a confesar sus sentimientos. No tiene mucho éxito entre los chicos por su carácter fuerte y sus arrebatos de ira. Lo que más me gusta de ella es que es una persona muy introspectiva, consciente de sus carencias, que lucha por cambiar, ya no por agradar a su pareja sino porque cree que tanto sus amigos como su madre se merecen que les demuestre su cariño más a menudo.


Pero, como en todas sus obras, por mucho que Ai Yazawa escoja uno de sus múltiples personajes como protagonista de su última obra, dedica casi tanto espacio a desarrollar las relaciones de los secundarios. En este caso, de Yuusuke y Mariko, de Risa y Takeshi (aunque en este caso sea más anecdótico que otra cosa) y de los padres de Mikako. Esto le permite dos cosas: la primera, desarrollar todo tipo de relaciones; ¿la segunda? desarrollar todo tipo de personajes. Encontraréis amores a primera vista, amores de largo recorrido, relaciones que se fundamentan en la atracción sexual más que en la afinidad, relaciones a distancia, primeros amores... De la misma manera, encontraréis chicas muy maduras para su edad, chicas muy infantiles para su edad, chicos pasotas, chicos macarras, y, mi favorita, la personificación de la superficialidad y la promiscuidad femeninas que se reúnen en el personaje de Mariko.

Mariko es, desde el principio, un personaje insoportable. Para los chicos, es un pibón al que conquistar. Para las chicas, es una mujerzuela roba-hombres sin ninguna aspiración. Es muy fácil dejarse llevar por la superioridad moral de la que se considera mujer de bien, como si serlo concediera el derecho automático de poder criticar y prejuzgar a las que no lo son. Es un tipo de personaje que la mayoría de los autores evitan en sus obras o, en el caso de que lo incluyan, será siempre como la mala que se quiere ligar al protagonista, o como un personaje de relleno, al que mirar despectivamente. Pero parece ser que se requiere mucha valentía para meterse en la cabeza de una gal, o de una choni, o de cualquier tipo de persona cuya conducta nos parezca moralmente reprochable sólo porque no se ajusta a nuestro estilo de vida. Sin miedo, Ai Yazawa intenta, y consigue, comprender por qué se comporta cómo lo hace además de evidenciar que no hay ningún argumento sólido para entender como inherentemente negativa su personalidad. Mariko es una chica normal, muy sincera, que da muchísima importancia a las apariencias (como tantas otras personas), dependiente, que no es capaz de liarse con un tío sin vincularse emocionalmente con él, que no es capaz de estar sola, que siempre está sufriendo, que está atrapada en una carrera que no le llena, y que responde siempre con malas maneras cuando se ve amenazada.


Como ya me pasó en Paradise Kiss, me he reído mucho con el diálogo personaje-lector, haciendo meta-referencias constantes a asuntos ajenos a la trama aludiendo directamente a la serialización en una revista de la historia. Personajes quejándose de que no les sacan suficiente, haciendo bromas sobre quién es el protagonista real, el drama de darse cuenta de que ya es el último capítulo y la autora haciendo cameos hilarantes.

Se ríe mucho también de los roles de género. Por un lado, atribuye a las chicas todos los estereotipos femeninos, tanto positivos (responsabilidad, inteligencia emocional) como negativos (tendencia a llorar por todo, dependencia de una figura masculina) pero luego se planta con Mikako y Ruriko, dos mujeres que viven solas desde hace años, independientes, sin complejos, trabajadores y con un carácter firme y duro. En este sentido pone la guinda al pastel cuando Ruriko contrata a Kisaragi como chico para todo, utilizando un guaperas de manual para cocinar y limpiar, tareas que las mujeres de la casa prefieren ahorrarse.


Ai Yazawa no se deja ni una esfera por tocar, abarcando todos los aspectos relevantes de la vida, incluidas la familia y las amistades, en una sola obra que, en ningún momento se hace larga o pesada. De todas formas, la relación amorosa entre Mikako y Tsutomu se posiciona casi siempre en un segundo plano, no hacen grandes avances en su relación y el tema central de toda la obra es la pasión de Mikako por la costura, dando una tremenda relevancia al crecimiento personal ya no mediado por las relaciones interpersonales sino por las aspiraciones y sueños y el sacrificio que uno está dispuesto a realizar con tal de alcanzar sus objetivos. En todo momento queda muy claro que por mucho que quiera a Tsutomu, para ella lo más importante es su sueño y está dispuesta a darlo todo por él. De la misma manera, la autora también ahonda en las aspiraciones del resto de personajes que pocas veces se muestran ociosos: Ruriko, la madre de Mikako, es manga-ka y se pasa noches enteras en vela para llegar a tiempo al plazo de entrega; Mariko, normalmente holgazana, tiene la valentía de abandonar los estudios para dedicarse a aquello que le llena;  Yuusuke, que suele ser un pasota y parece que todo le dé igual, decide volcarse en su talento artístico... y así con todos.


Es curioso como no dejo de identificar referencias veladas a Nana por todas partes, siendo Risa y Takeshi casi prototipos de Nana y Ren, tanto en el físico como en la personalidad, sobre todo teniendo en cuenta que Historia de un Vecindario comenzó su andadura editorial cinco años antes que Nana... De la misma manera, el cuarteto protagonista de No soy un ángel va haciendo apariciones estelares, muy bien encontradas, en varios capítulos de la historia. Ni que decir tiene que la similitud entre Tsutomu (protagonista masculino de Historia de un Vecindario) y Ken (segundón eterno de No soy un ángel que se queda más sólo que la una tras el rechazo de Saejima) es sencillamente magistral.

Ya que hablo de referencias ingeniosas, casi me emocionó que Tsutomu y Mikako alabaran El juguete de los niños, siendo este un shôjo que tanto me marcó cuando apenas comenzaba en el mundo del manga.


Antes de terminar me gustaría ensalzar la edición de Planeta, que licenció la edición Kanzenban, en cuatro gruesos tomos de más de 300 páginas, con bastantes páginas a color. Como Ai Yazawa llena todas sus viñetas de personajes, bocadillos y pequeñas anotaciones en los márgenes cuyo minúsculo tamaño no refleja su importancia (¡no te puedes saltar la lectura de ni uno de ellos!), la lectura de estos tomos se hace eterna (en el buen sentido de la palabra). Y ya sabéis, ningún personaje de relleno está puesto al azar.

Creo que la longitud de esta reseña habla por sí sola. Historia de un vecindario es una obra magnífica, densa, completa, divertida, polifacética, profunda, motivadora, coherente, trabajada, peculiar, diferente... Me tengo que frenar a mí misma para no seguir escribiendo porque la autora ha querido aprovechar cada rincón de cada viñeta para añadir detalles que la enriquecen y, de la misma manera, yo podría dedicar un nuevo párrafo a cada aspecto que aborda la autora, como el bullying, el divorcio, o los trastornos psicosomáticos. Pero estos aspectos los guardo para que los descubráis vosotros mismos con la lectura de esta historia de un vecindario.

lunes, 1 de agosto de 2016

Fun Home: Una familia tragicómica

Los que me seguís en twitter puede que ya hayáis leído esta reseña ya que con ella me estreno como colaboradora en NEUH, una comunidad formada principalmente por autores de cómic (aunque también hay escritores e ilustradores, entre otros) que se autoeditan pero que no por ello consideran que aquello que crean forme parte de un simple hobby. Es una iniciativa que me gusta mucho así que estoy encantada de aportar mi granito de arena colaborando con mis reseñas.

He escogido como carta de presentación mi crítica sobre Fun Home, un cómic que reservé en la biblioteca tras la vehemente recomendación de Fran, sin saber muy bien qué me iba a encontrar y con la concreta pero a la vez vaga información de que fue Alison Bechdel la que popularizó el famoso test de Bechdel.


El padre de Alison es afeminado. Alison encaja desde pequeña en el perfil de marimacho. El hogar de Alison nunca se ha caracterizado por las risas y los abrazos. Alison nunca supo relacionarse con su padre. Ni su padre con ella. Cuando Alison decidió salir del armario no esperaba descubrir la homosexualidad de su padre... ni que muriese en circunstancias sospechosas apenas unas semanas más tarde.

Fun Home es una autobiografía y, como tal, trata una ristra de temas complejos que, aunque pueda parecerlo en un primer momento, no se limita, ni mucho menos, a abordar el estigma, las dudas y las dificultades experimentadas por las personas homosexuales. Sí es cierto que absolutamente todos los capítulos giran en torno a la homosexualidad o bien de su padre o bien de la propia Alison. Pero al final no deja de ser un tema de fondo que no quiere ser protagonista sino tan sólo el marco teórico para desarrollar los hechos, ya que tanto la infancia como la adolescencia de Alison están supeditadas tanto a su homosexualidad como a la de su padre.


Sin embargo, la relación entre padre e hija es, en realidad, el tema central, como se hace cada vez más evidente al acercarnos al final del volumen, con densas reflexiones que ligan la historia personal de la autora con el Ulises de Joyce. A pesar de lo obvio que resulta desde un punto de vista retrospectivo, adulto y maduro, cuando era pequeña, Alison no podía saber que sus circunstancias familiares no eran, precisamente, de lo más normales: que no es normal que sus padres discutieran constantemente, que no es normal que nunca le dieran un beso de buenas noches, que no es normal que nunca le demostraran afecto, que no es normal que jugase con los ataúdes de la funeraria familiar y que no es normal que viese un cadáver desnudo y abierto cuando apenas empezaba la pubertad.

A pesar de la crudeza de prácticamente todo lo que relata, Alison es siempre directa, sincera y ácida: ironizando con las faltas de su padre (su presunto suicidio incluido), explícita en la vivencia de su sexualidad. En este cómic, la autora se abre sin reservas al mundo, confesando hasta sus secretos más íntimos, sus carencias, sus anhelos y sus contradicciones. Tanto es así que cita sin pudor su propio diario y hasta algunos fragmentos de las cartas que se intercambiaron sus padres al poco de conocerse. Por estos detalles creo que hay que valorar no sólo el esfuerzo artístico de Alison sino también la valentía de su madre, que le dio permiso para divulgar su vida personal.


Por supuesto, son las extraordinarias circunstancias familiares de Alison las que, hasta cierto punto, enriquecen la lectura de Fun Home pero, más allá de la narración objetiva de todo lo que le ocurrió en su infancia, la autora estructura, selecciona y ordena los distintos fragmentos de forma exquisita, estableciendo paralelismos constantes entre la vida de su padre y la suya profundizando en las verdaderas causas de muchos de los problemas que tuvo de niña, llegando a desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo de niña para lidiar con la conflictiva situación familiar.

Como me pasó con El almanaque de mi padre, siento que la autora se reconcilia hasta cierto punto con su padre, señalando de forma pormenorizada cada una de sus faltas pero también sus virtudes. Quizá lo que más me ha llamado la atención es toda la jerga homófoba que utiliza Alison para referirse a su padre tratándolo de afeminado e incluso considerando que ella debió asumir el rol de (mari)macho ya que su padre no ejercía como tal en la familia. Son unos comentarios que me han hecho pensar mucho en los roles de género y en cómo de confundidos están los estereotipos en lo que respectan a la identidad y orientación sexual. Técnicamente una mujer que se identifica como hombre es un hombre trans mientras que una mujer que siente atracción por otras mujeres es una mujer cis lesbiana... pero la extrañeza que muestra Alison por su cuerpo y los roles asignados al mismo junto con los insultos que propia a su padre por ser marica me hacen pensar que es todo mucho más complicado de lo que pensaba, y más hace algunas décadas...


Las constantes menciones a clásicos tanto de la literatura anglosajona (Hemingway, Scott Fitzgerald, Joyce) como de la literatura universal (La Odisea) y el rico compendio LGTB (Colette, Orlando, Frutos de Rubí, entre muchos otros) complementan la lectura elevándola a otro nivel... Precisamente, lo que quiero transmitir es que Fun Home tiene muchas lecturas, muchos niveles, muchas capas que explorar. Es a la vez, confesión, reflejo y reflexión, historia, costumbrismo y hasta catálogo literario-filosófico. Estoy segura de que podréis sacarle el jugo, que el mensaje que os llevéis será distinto para cada uno y que, yo misma, cuando lo relea dentro de un tiempo, también lo podré disfrutar de una forma distinta. Recomendadísimo es decir poco.