Y al fin termino con el ciclo de La cazadora de sueños, reseñando el final de la trilogía: Huye, un título de lo más explicativo. Lisa McMann es tan increíblemente sintética que, en lugar de seguir la tendencia dominante de acabar una saga literaria con un libro más largo que los anteriores, finaliza la suya con su libro más, ligeramente, breve.
Tras destapar el escándalo de reiterados abuses sexuales por parte de un grupo de profesores del instituto Fieldridge, Janie se convierte en una figura de interés público, apodada la chica estupa, desprovista de intimidad. Es por eso que Cabel y ella huyen a un centro vacacional alejado de todo con intención de desconectar. Pero los sueños ajenos persiguen a Janie allá a donde va y las palabras envenenadas de la señora Stubin junto con las pesadillas reveladoras de Cabel la atormentan día y noche. Y, por si eso fuese poco, apenas acaban de llegar a la cabaña donde relajarse cuando Carrie le anuncia que ha tenido que llevar a su madre, borracha, al hospital.
Este libro sigue las peripecias de Janie durante una semana. Comparando con las entregas anteriores, se trata de un lapso de tiempo increíblemente corto, pero claro, hay que matizar que el punto de partida de esta historia es el reencuentro sin palabras con su padre, tantos años esquivo para su hija. Se nota que la autora no se rompió mucho los cuernos con este tema. Desde el principio somos conscientes de la elusión del padre en los dos primeros libros. Conforme avanza la trama nos empezamos a preguntar si la condición de Janie podría ser genética y, por lo tanto, si el padre desaparecido podría ser también cazador de sueños. Pero, introducirlo como personaje nuevo habría conllevado una enorme complejidad, un montón de interacciones e infinitas posibilidades. Ponerle en coma era más sencillo y limitaba aún más el ya de por sí pequeño universo de esta trilogía.
Y, al final, aunque la trama no fuese más que un pretexto para hacer madurar a la protagonista e informarla al fin de todas sus opciones reales, no pude evitar soltar alguna que otra lágrima... La autora sabe hacerte empatizar con las situaciones que describe.
Aunque Janie se ha despertado sigue tumbada mirando al techo. Piensa en todo y en lo último: el cuaderno verde, el juicio, los cotilleos, la universidad, su madre y ahora el tal Henry. ¿Qué sería lo siguiente? Ya era demasiado. Una familiar ola de pánico se abate sobre ella, inunda su pecho y lo oprime. Fuerte. Muy fuerte. Janie intenta respirar hondo pero no lo consigue. Gira para ponerse de lado y se acurruca.Pero, al final, aunque la trama la conduzca el estado del padre de Janie y las revelaciones sobre su vida a cada nuevo día de esa eterna semana desde su ingreso en el hospital, Huye es un libro sobre reflexiones. ¿Qué es peor, quedarse ciega e impedida o vivir recluida y en soledad para siempre? ¿Qué responsabilidad para con los demás le otorga su don/maldición? ¿La quiere Cabe lo suficiente como para aguantar la tortura que vendrá? ¿Lo quiere ella a él tan poco como para condenarlo a semejante castigo? Todo el libro trata sobre las idas y venidas de Janie, sobre su indecisión, sobre su pena, sobre su frustración.
Y, al final, aunque la trama no fuese más que un pretexto para hacer madurar a la protagonista e informarla al fin de todas sus opciones reales, no pude evitar soltar alguna que otra lágrima... La autora sabe hacerte empatizar con las situaciones que describe.
Me da vergüenza, ¿vale? Mi mamá es una... puñetera borracha. Estaba tropezándose por el patio de casa, dando berridos... Dios mío. No quiero que la comisario se entere, ni que conozca esa... esa faceta de mi vida. Es muy personal. Con la comisario hablo de ciertas cosas, pero de otras no. Déjalo ya.Por último, y no por ello menos importante, en este libro se hace más patente un tema que estaba presente desde el principio, el alcoholismo de la madre de Janie. De hecho, es este uno de los aspectos en los que la protagonista consigue al fin madurar, enfrentándose a una figura a la que una parte de ella siempre había temido. Y todo para nada, una discusión directa, tres palabras bien dichas, una actitud beligerante, por supuesto que todo ello desestabiliza a Dorothea en un primer momento pero todo eso no es, ni mucho menos, suficiente para sacarla del atolladero donde se metió hace tantos años. Janie debe comprender que el alcoholismo de su madre no culpa suya y que no es ella la que debe solucionarle el problema ni arruinarse la vida por ello. Hay que seguir adelante.
Vale, para mal o para bien has conseguido picarme para quitarme esta trilogía de encima. Me he releído el primero para refrescarme la memoria y así poder empezar Teme sin ir muy perdida. Lo cierto es que en la relectura he visto más sus puntos fuertes frente a los negativos que ya percibí en su momento. Y la verdad, si se hubiese quedado como libro independiente no habría estado mal. Ya verás mis reseñas cuando toque y a ver si coincidimos con la de estos dos últimos =)
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