domingo, 27 de mayo de 2018

Kimetsu no Yaiba

Si mis viajes consecutivos a Francia y Reino Unido me hicieron caer en la tentación con Kamisama Kiss, mi reciente estancia en Alemania me ha llevado a leer Kimetsu no Yaiba. Como veis, salto de demografía pero me mantengo fiel a mi género predilecto. 


Tras pasar la noche fuera, Tanjiro vuelve a su hogar para encontrar a su familia entera masacrada. La única superviviente parece ser su hermana menor Nezuko que, a pesar de las graves heridas, se mantiene con vida a duras penas. Tanjiro trata de trasladarla lo más rápido posible a la ciudad para que la visite un médico pero, a medio camino, ésta pierde el control e intenta devorarlo. El demonio que ha asesinado a su familia ha convertido a su hermana en un monstruo... Sin embargo, Tanjiro apela a la humanidad de Nezuko, ¿conseguirá encontrar el modo de volver a convertirla en humana?

Kimetsu no Yaiba no es más que el enésimo shonen de peleas infinitas contra enemigos cada vez más fuertes que parecen no terminar nunca. Como tal, bebe de todos sus predecesores incluyendo un examen de supervivencia al más puro estilo de Naruto, un protagonista que haría cualquier cosa por rescatar a su hermana menor que me hace pensar constantemente en Sango y Kohaku, y un demonio ancestral con muchos minions con reminiscencias al Lucifer de Blue Exorcist.


Si bien es un manga que engancha de mala manera - cien capítulos me he leído en menos de una semana - no puedo decir que destaque entre sus competidores. De hecho, hay ciertos dejes que me desesperan, muy especialmente que haya tan pocos personajes femeninos (en ambos bandos) y que los pocos que hay estén marcadamente estereotipados, sean más débiles y no sirvan más que como excusa para que los personajes masculinos puedan tener un interés romántico. Las pocas mujeres que aparecen son en su mayoría o enfermeras (y asistentas que lo mismo te cocinan o te lavan la ropa), o prostitutas (sin comentarios) o personificaciones terrenales de la bondad y la pureza en forma de madres (muertas, por supuesto).

Lo que más me frustra de este desequilibrio de sexos es que no sólo se da en los humanos - caso en que podría llegar a comprar la mentira de que las mujeres son, de media, más débiles que los hombres - sino también en los demonios. Los únicos personajes femeninos que, de momento, sirven de apoyo en la lucha sin ser un reclamo para la mirada masculina son Nezuko y una psicópata que ya al presentarse dice que como no tiene fuerza pues se dedica a envenenar a sus víctimas. Aunque Nezuko tampoco es que sea muy buen ejemplo porque se pasa todo el manga con un bozal en la boca y no tiene ni una sola línea de diálogo (detalle que, por cierto, no se justifica en ningún momento) por mucho que el autor la utilice de Deus ex machina en cada arco argumental.

Postura y ropa comodísimas de mujer™
En general, me sorprende lo planos que son todos los personajes de Kimetsu no Yaiba, no hay ninguno que me inspire sentimientos de ningún tipo y me es indiferente lo que les pase a todos. De hecho, la mayoría me parecen de lo más irritantes, y no son más que una caricatura con personalidades extremas sin ningún esfuerzo por parte del autor de construir un mínimo de mundo interior. El paradigma de esta lacra generalizada es el insulso Tanjiro que es un trozo de pan que no se enfada nunca con nadie le hagan lo que le hagan, al contrario, si le pegan pone la otra mejilla, expectante.

El estilo de dibujo se podría calificar de extraño. Hay algunas viñetas en que me deja boquiabierta con el dinamismo de las escenas de acción o el diseño de vestuario pero en general flaquea bastante con la anatomía y diseña cuerpos de lo más desproporcionados. Irónicamente, sus personajes me parecen mucho más atractivos por su aspecto que por sus respectivas personalidades. Otro punto a favor es que domina bien el color y sabe aprovechar las múltiples páginas a color que le concede la revista en que se publica (las portadas de los tomos son buena muestra de ello y un muy buen reclamo para acercarse a este manga). 


Evidentemente, si me he leído más de cien capítulos de este manga, aún en curso en Japón, no es porque me parezca una bazofia sino porque contiene varios elementos inusitados en este tipo de obras (tanto género como demografía) que me han sorprendido positivamente. Por un lado, es una obra cruel en exceso. Evidentemente la violencia no es que sea una rara avis en lo que a shonen, manga, cómic, se refiere pero en Kimetsu no Yaiba es habitual asistir a desmembramientos, el autor no tiene mucho reparo en matar a diestro y siniestro y no hay un solo personaje que carezca de motivos para querer suicidarse. Por el otro, la bondad sin límite de Tanjiro llega hasta el punto de que se apiada de los demonios; es decir, entiende que tiene que matarlos porque si no se perderían muchas vidas humanas pero si le inspiran algún sentimiento ese es compasión. Este punto de vista me parece de lo más refrescante porque da un origen humano a todos los monstruos con lo que la barrera entre el bien y el mal se difumina más de lo habitual en este tipo de obras.

De momento es una lectura más que entretenida que seguiré con asiduidad, tengo ganas de ver cómo se las apaña el autor para resolver los enigmas que plantea.

domingo, 20 de mayo de 2018

Sobre las alas del mundo, Audubon

Por mucho que me guste leer (¡y reseñar lo leído!) como hobby, soy bióloga de formación y vocación ante todo así que no desaprovecho las escasas ocasiones en que se me brinda la oportunidad de fusionar ambos placeres. Hace prácticamente tres años que compartí las maravillas de Primates y unos cuantos meses desde que vi Audubon en el catálogo de novedades de Norma y supe que tenía que leerlo. Como siempre, la biblioteca me permite disfrutar de este tipo de obras caras no solo por su precio sino también por el espacio que ocupan. Y, curiosamente (estas coincidencias nunca dejarán de fascinarme), teniendo el volumen en la torre de lecturas pendientes, ha sido anunciado como uno de los nominados para los prestigiosos premios Eisner así que ya no me quedaba ni una sola excusa para no hincarle el diente de forma inmediata.


Al tratarse de una biografía (con licencias y algo de realismo mágico pero biografía al fin y al cabo) creo que carece de sentido escribir una sinopsis para esta obra. Jean-Jacques (o John James) Audubon fue un naturalista, pintor y aventurero (como él mismo se describía) que dedicó varias décadas de su vida a documentar mediante sus acuarelas la diversidad ornitológica de Estados Unidos en el siglo XIX. Es una tarea que le llevó toda una vida completar y su obra es testimonio de su perseverancia.

Los autores de este cómic, Fabien Grolleau y Jérémie Royer, toman como referencia los diarios de Audubon y su obra pictórica para reconstruir la biografía de este personaje célebre avisando desde un principio de que la realidad se mezcla con la fantasía en varias ocasiones con el fin de que la novela gráfica sea una unidad. Entiendo los fines poéticos de esta decisión pero es algo que me ha complicado la lectura ya que en una biografía no busco que todo encaje a la perfección sino poder formarme mi propia idea del tipo de persona que debió de ser Audubon.


Desde el primer capítulo se hacen evidentes su tenacidad y obsesión enfermizas por las aves y su documentación. No solo quiere conocerlas todas de una forma superficial sino que se interesa en sus hábitos, comportamientos, rutas migratorias e incluso por su alimentación. No se conforma con retratarlas sino que las caza y diseca él mismo para así poder lograr pinturas lo más realistas posibles. No obstante, en una época en que todos los desplazamientos se realizaban a caballo o, con suerte, en barco de vapor, la mera intención de querer documentar la totalidad de especies aviares de todos los Estados Unidos, sin contar siquiera con un mecenas, sería juzgada por muchos por poco más que una insensatez.

No sé si la forma en que los autores retratan su relación con su mujer e hijos dista mucho de la realidad pero, en cualquier caso, Audubon emerge como un personaje odioso, egoista, egocéntrico y desagradecido. Desde la primera viñeta se hace patente que este pintor vivía por y para publicar su obra y que cualquier otro aspecto de la vida familiar quedaba relegado a un segundo plano. Sin preocuparse por administrar sus finanzas, criar a sus hijos o velar por su propia seguridad, se entregó a la tarea sin descanso convencido de tener siempre la razón. Su esposa, estoica, aceptó las circunstancias y animó a su marido a emprender su viaje soñado encargándose ella de todo durante años sin tener apenas noticias de él.


Aunque el protagonista no me haya inspirado ninguna simpatía, me parece loable la labor del artista, que seguro que ha tenido que consultar más de un libro de referencia para poder dibujar las decenas de especies distintas que aparecen en esta obra. No sólo eso sino que también se dedicó a hacer sendas versiones de pinturas originales de Audubon (podría haber recurrido a reproducirlas tal cual como hacían, por ejemplo, en Yo, Asesino pero prefirió el camino difícil). Norma cuenta con muchas biografías en su catálogo pero creo que pocas se prestan tanto al formato cómic. Los paisajes, la vegetación, los animales, están todos tan bien dibujados que casi se nos olvida lo mal que nos cae el protagonista.

Además, hay toda una reflexión de fondo sobre el mantenimiento del equilibro en los ecosistemas y sobre el impacto que tiene la actividad humana sobre la biodiversidad. De nuevo, no sé si Audubon reflexionó sobre este tema en sus memorias pero me parece muy acertado que los autores hayan decidido incluirlo en la discusión de la novela gráfica porque, de esta forma, Sobre las alas del mundo va mucho más allá de su propósito biográfico.


Sin duda, lo que más me ha tocado la moral es una licencia "artística" de los autores en que presentan un encuentro ficticio entre Audubon y Darwin en el que, encima, discuten sobre un hallazgo que no se había producido todavía y que ninguno de los dos pudo discutir en vida. Me desagrada en exceso porque creo que no aporta nada, y me parece una forma infantil de compartir un dato curioso que tiene una relación muy tangencial con la biografía de Audubon.

A pesar de que no comulgo con algunas de las decisiones creativas expuestas a lo largo de la obra, creo que Audubon es una lectura más que interesante que permite acercar a los profanos al método científico de hace un par de siglos.

martes, 15 de mayo de 2018

Sunny

Olvidad cualquier cosa que dijese de Chiisakobee porque Taiyo Matsumoto expone el día a día de los niños que viven en una casa de acogida de una forma tan desgarradora que hace empalidecer a todas las obras que traten temas similares. Estoy consternada pensando en lo mucho que he tardado en descubrir a este autor teniendo en cuenta que Glénat lo introdujo en su catálogo hace una década e incluso lo invitó al salón del manga en 2009 (supongo que por aquel entonces no estaba preparada para apreciar su obra...). 


Sei no puede seguir viviendo con sus padres por lo que le acogen en la casa de los niños de las estrellas. Allí conocerá a Haruo, que siempre está gritando y haciendo gamberradas, a Jun, que no se separa de su armónica y tiene las uñas larguísimas, a Megumu, silenciosa y obediente aunque quizá un poco sombría, a Kiiko, escandalosa y quejica... y a tantos otros niños que sobrellevan lo mejor que pueden la separación de sus respectivas familias.

Si Chiisakobee era la adaptación a la actualidad de una novela clásica, Sunny cuenta una historia que podría haber pasado hace cincuenta años o el mes pasado. Y es que una de las primeras cosas que me llamó la atención de este manga es que está ambientado en los años setenta sin explicitarlo en ningún momento. Tardé varios capítulos en darme cuenta ya que la principal pista está en las referencias a canciones de moda y deportistas famosos de la época que se hacen cada vez que encienden la televisión o se ponen a tararear una melodía. Puede parecer un detalle insignificante pero que el autor sea capaz de transmitir la información sin contarla directamente ya evidencia que domina el medio.


Aunque, por supuesto, si Sunny destaca entre otras obras es por su exposición de la infancia. Las bromas, las jugarretas, los mocos, las quejas, los gritos, los motes, las rabietas, los celos, las mentiras... Cada pequeño detalle nos teletransporta a esa etapa en que el mundo adulto parece tan lejano e inalcanzable, cuando todas las emociones se viven intensamente. Los personajes de Sunny se tambalean en esa línea tan fina que separa la bendita ignorancia e ingenuidad infantil de un entendimiento sorprendentemente agudo del mundo que les rodea y las normas que lo rigen. En este sentido, el autor es implacable y nos muestra como, sin que nadie se lo explique ni lo justifique, los niños tienen que adaptarse a sus nuevas circunstancias por ensayo y error. Y lo aprenden muy rápido, os lo aseguro.

Pero, sobre todo, Sunny nos rompe el corazón capítulo tras capítulo al abordar un tema tan cruel como es el del abandono. Una esperaría que los niños que se encuentran en un centro de acogida fuesen todos huérfanos o quizás con padres gravemente enfermos o en prisión. Pero no es así para muchos de los niños de las estrellas que tienen que lidiar con un duelo aún más despiadado: sus padres no pueden/quieren ocuparse de ellos y es por eso que los dejan a cargo de la casa de acogida. Este es el caso de Haruo, Sei o Kiiko cuyo carácter se va resintiendo poco a poco al saberse abandonados voluntariamente.


Cada capítulo está dedicado a un personaje distinto y, aunque los niños repiten en más de una ocasión siendo Sei y Haruo los protagonistas (si es que hay protagonistas en Sunny), también hay espacio para personajes como Kenji, que como es menor de edad sigue al amparo de la casa de acogida aunque haga mucho que dejó atrás su infancia, o Makio, el nieto del dueño, que se podría decir que tiene una vida normal aunque no parezca muy conforme con ella.

El dibujo es sencillamente excepcional, con un grafismo tosco que ahuyentará a los compradores de obras más convencionales pero que sin duda le proporcionan ese halo de experimentación tan bien valorado entre lectores que buscan algo distinto y están dispuestos a pagar (literalmente) por ello (13 euros que cuesta cada tomo a pesar de no tener más páginas que un tankoubon estándar). Taiyo Matsumoto tiene un estilo muy personal, fruto de años de publicación, que se caracteriza por viñetas gigantescas y trazos burdos.


Sunny es la obra con la que he conocido a Taiyo Matsumoto y ahora entiendo por fin por qué había tantas personas recomendándolo encarecidamente en las redes. Es difícil transmitir con palabras la capacidad que tiene el autor para estrujar el corazón del lector.

domingo, 6 de mayo de 2018

Poncho Fue

En mi idilio continuado con la biblioteca, Poncho Fue le ha tomado el relevo a I.D. pasando por delante de varios títulos a los que les tengo ganas desde hace meses como Sadbøi o Audubon. En este caso es La Cúpula la que recupera para el mercado español una obra publicada originalmente en Argentina. Cuando salió a la venta hace cosa de un año, recuerdo ver muchas webs hablando de Poncho Fue, con una labor publicitaria muy activa por parte de la licenciataria. Hay una página en concreto, ocupada en su totalidad por una sola viñeta, que vi numerosas ocasiones; en ella se ve a Lu, la protagonista, empujando a Santi, su pareja, mientras grita un monstruoso «¡¡¡BASTA!!!». Fue esa viñeta la que puso a Poncho Fue en mi lista mental de cómics por leer ya que ponía dos cosas de manifiesto: la primera, que esta obra versaba sobre una relación tóxica; la segunda, que no se trataba de un abuso físico franco sino de algo mucho más complejo.


Lu y Santi se conocen, se enamoran, empiezan a salir juntos. Lu y Santi son inseparables, se complementan, son la pareja ideal. Lu y Santi tienen alguna que otra disputa, pero tras cada desencuentro siempre llega una reconciliación. Lu se siente más y más incómoda a cada día que pasa, y el único factor que es capaz de relacionar con su creciente malestar, es su relación con Santi.

Puede que lo que resulte más abrumador de Poncho Fue es su realismo implacable. La propia autora ha hecho público que este cómic bebe en gran parte de sus experiencias personales aunque salta a la vista sin necesidad de aclaraciones. Cada pequeña discusión entre los protagonistas encoge el corazón por su autenticidad. Creo que es difícil haber tenido una relación romántica lo suficientemente larga y no sentirse identificado con al menos un pasaje de la obra. Quizá lo que da más miedo es reconocer actitudes propias tanto en las acciones de Lu como en las de Santi


Poncho Fue es un catálogo de prácticamente todas las actitudes tóxicas que pueden tenerse en una relación romántica incluyendo la pasivo-agresividad, el gaslighting, la dependencia y, en general, un abuso psicológico flagrante. Es muy fácil leer al personaje de Santi y calarlo enseguida como un imbécil prepotente con complejo de inferioridad pero más sutil puede resultar en la vida real descomponer la inseguridad y la baja autoestima de Lu que la colocan en una posición tan vulnerable dentro de la relación. 

Puede que lo que más miedo da de las más de doscientas páginas de Poncho Fue sean las efusivas reconciliaciones, las idas y venidas, como si de un acordeón se tratase, de una relación que hace aguas por todas partes pero que no se llega a romper. Lu es muy consciente de que muchos de sus problemas personales tienen su origen en las discusiones con Santi, en sus menosprecios, sus gritos y sus reproches y, sin embargo, se dedica con toda su alma a poner tiritas en una relación que hace aguas por todas partes convencida de que debe seguir con él aunque no tenga muy claro el porqué.


Mucho más allá del guión, Sole Otero despliega sus aptitudes artísticas, experimentando con todas las herramientas que están en su mano: colores, trazo, globos de texto... en ningún momento pretende tener un estilo realista sino todo lo contrario, juega con el tamaño de los elementos para plasmar visualmente todos esos matices que no se pueden escenificar de otra forma. Cuando la pareja discute, Lu se va haciendo cada vez más pequeña conforme se queda sin argumentos, cuando los antidepresivos le quitan la energía y la inunda la desidia, tanto su piel como su ropa se vuelven blancas como el papel, cuando se siente mal, la palabra culpa se enmaraña a su alrededor.


Poncho Fue es una lectura intensa, difícilmente dosificable, angustiosa y que seguro que os hace reflexionar. Al basarse en su experiencia personal y la de sus conocidos, la autora ha sabido fotografiar la naturaleza de las relaciones humanas a la perfección.