miércoles, 9 de marzo de 2016

Que no, que no me muero

Tanto en Sandía para Cenar como en los Oiga Mire que he podido leer, Javi de Castro me convenció tanto como dibujante como guionista. Al leer La última aventura, en que realizaba el dibujo conjuntamente con un guión hilarante de Josep Busquet me siguió sorprendiendo para bien. Es por eso que me parece de lo más natural que su nombre aparezca por duplicado en los nominados a los premios del Salón del Cómic de Barcelona (¡se anunciaron ayer!) tanto en la categoría de mejor obra de autor español publicada en España en 2015 como en la de autor revelación español del 2015. Y en medio de este panorama me compré Que no, que no me muero, en parte porque lo dibujaba él, en parte porque se podía comprar en el GRAF antes de su salida oficial, firmado y un poco rebajado, y en parte porque trata sobre cáncer.


Que no, que no me muero... y si me muero no es el fin del mundo. Lupe tiene 38 años, un tumor en la mama y muy poca paciencia. El cáncer, la cirugía y la quimioterapia no le han proporcionado, ni mucho menos, el sosiego que siempre le ha faltado, tampoco han acabado con sus deudas, su desempleo o su obligación de sacar a pasear a su perra Termita, "tan solo" con sus estrógenos, su fertilidad y su melena.

Este cómic es un manual, es un "todo lo que siempre quisiste saber sobre el cáncer y nunca te atreviste a preguntar". Los conceptos cáncer y muerte suelen ir de la mano en el imaginario colectivo pero es un hecho que los avances médicos de las últimas décadas están posibilitando que muchos tumores detectados a tiempo no tengan tiempo de hacer una metástasis y se resuelvan sin amenazar realmente la vida de la persona. El problema es que el tratamiento mediático que se da a los enfermos que tienen cáncer suele limitarse a si sobreviven o no mientras que las secuelas no atraen apenas atención. Que la quimioterapia es muy dura y se asocia a los vómitos, la pérdida de cabello y un terrible malestar general es vox populi. Que una treintañera con cáncer de mama empiece una menopausia prematura, quede estéril, empiece a engordar progresivamente, dude sobre si tiene o deja de tener alucinaciones y deba luchar todos los días contra una depresión incipiente, ya no tanto. Por todo ello Que no, que no me muero resulta una lectura de lo más instructiva con un montón de datos no muy publicitados de los efectos secundarios de la quimioterapia.


Por supuesto, más allá de lo informativa que pueda resultar y a pesar de lo crudo que sea el tema que trata, la historia es sorprendentemente cómica (a mí se me escapó la risa más de una vez mientras lo leía); ni siquiera cuando retrata todos los horrores que debe enfrentar la protagonista sentimos algo que se acerque a la tristeza. Lupe es ácida como pocas, con una lengua rápida y afilada, no duda en insultar a amigos y desconocidos en cuánto se pasan de la raya y trivializa hasta su propia muerte.

Quizá sea el tratamiento que se da a las reacciones de los demás lo que más enriquecedor me ha parecido de la lectura. Evidentemente, Lupe (y tómese a la protagonista como un ejemplo con patas de paciente con cáncer) es una mujer polifacética: tiene pareja, familia, anhelos, virtudes, defectos, caprichos, manías, antojos... y, además, cáncer. Sin embargo, cuando descubrimos (o sospechamos) que una persona tiene cáncer, la etiquetamos inconscientemente como «persona con cáncer» y cualquier otra cualidad de la misma queda absolutamente supeditada al diagnóstico y a la posible compasión o pena que podamos sentir hacia ella. Tanto es así que si vemos a una mujer calva por la calle nos la quedamos mirando con más o menos disimulo. Es agradable ver que los amigos y familiares más próximos de Lupe son capaces de tratarla con normalidad; por supuesto, no faltan las pequeñas e inevitables dosis de humor negro.


La estructura del cómic casa perfectamente con la historia que, aunque conserva un inicio y un desenlace convencionales, se construye en torno a anécdotas independientes de entre una y cinco páginas, como si se tratase de un compendio de tiras cómicas. Lo único malo de esta distribución es que obliga a dejar muchas páginas en blanco (en negro en realidad), lo que engrosa el lomo e imagino que encarece la edición aunque claro, queda más simétrico y pomposo así. En cuanto al formato, y como quizá ya habéis deducido por la portada, es cuadrado, una singularidad que no recuerdo haberme encontrado antes en el mundo editorial.

En cuanto al dibujo, imagino que por temática, formato y al trabajar con un guión ajeno, Javi de Castro no experimenta con las viñetas como acostumbra a hacer en otras obras aunque sí nos ofrece alguna que otra composición curiosa como la de los ojos o una de las páginas de quimioterapia.


En resumen, Que no, que no me muero es una lectura ágil, interesante y divulgativa, que invita tanto a la reflexión como al esparcimiento. Ya que, desgraciadamente, todos conocemos a alguien que tiene o ha tenido cáncer, creo que se trata de una lectura que puede disfrutar cualquiera, seguro que os aporta algo.

2 comentarios:

  1. Javi de Castro también me gustó por "Sandía para cenar", así como por "Agustín", por lo que igual este tebeo también cae, no solo por el dibujante, sino por la forma de tratar el cáncer que comentas.

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