Llevo queriendo leer I.D. desde que vi alguna de sus páginas fotografiada en su primera edición como parte de la revista de cómics Island. Incluso llegué a tener algún número de dicha revista en mis manos en una visita a Gigamesh. Pensé en comprar el volumen en inglés cuando supe que Image iba a recopilar todo el material en tomo. No mucho después Astiberri anunció que editaría este título en castellano. Y mis dudas existenciales sobre qué edición comprar desembocaron en que terminara por no comprar ninguna. Si no fuera porque lo encontré hace unas semanas en la biblioteca, supongo que habría seguido perdiéndome su tan estimulante lectura.
En un futuro ficticio, el avance de la ciencia ha hecho posible el trasplante de cuerpo, o de cerebro (según se mire), si se tienen los medios y la determinación necesarios. Con el propósito de someterse a dicha cirugía, Noa, Charlotte y Miguel discuten en una cafetería sobre los motivos que los han llevado a tomar una decisión tan radical. Mientras tanto, una guerra sin cuartel tiene lugar en el exterior y los intereses del centro que lleva a cabo el dudoso procedimiento no están del todo claros...
Voy a empezar la casa por el tejado hablándoos de un artículo que funciona a modo de epílogo firmado por el doctor Miguel Alberte Woodward, que asesoró científicamente a Emma Ríos a la hora de crear un marco teórico coherente en el que fuese factible hablar de trasplante de cuerpo. Se trata de un pequeño alegato en el que expone todos los motivos por los que nunca tendría sentido aplicar una operación como la que se plantea en I.D. Echa por tierra la hipótesis que sustenta al cómic desde todos los ángulos posibles, y lo hace concienzudamente. Con esto en mente, autora y lectora tenemos muy claro que el objetivo de I.D. no es ni predecir el futuro ni tampoco el mero entretenimiento, sino una reflexión extraordinaria sobre la identidad desde un punto de vista que sólo la ciencia ficción podía facilitar.
Cuando empecé a leer una disertación sobre optogenética, virus neurotropos usados como vectores y estereotaxia como marco de referencia no daba crédito. Es una combinación fascinante de elementos que sí se emplean actualmente en investigación y para tratar ciertos trastornos. Sólo por dedicar tanto esfuerzo a que el mecanismo del procedimiento quirúrgico se explicitara y, encima, fuera coherente, ya considero que I.D. sobresale entre otras obras de ciencia ficción que prefieren no detenerse en la lógica interna de lo que plantean.
Pero, como en toda obra del género que se precie, y como ya nos revela el doctor Alberte, el trasplante de cuerpo no es más que la excusa que sirve de telón de fondo a una serie de cuestiones más bien metafísicas sobre la identidad y cómo nuestro cuerpo es la interfaz que nos permite comunicarnos con el mundo exterior y otras personas. La viabilidad de tal procedimiento tendría (especial) sentido en el contexto de enfermedades orgánicas o lesiones graves derivadas de traumatismos pero no es este el escenario de I.D. Los candidatos a la operación que presenta Emma Ríos son privilegiados habitantes con medios suficientes que aspiran a alcanzar la cúspide de la pirámide de Maslow con la enésima invención biotecnológica. No tengo ninguna duda de que si algo así existiese hoy en día, no faltarían voluntarios para someterse a la operación, ya que hay una creciente obsesión con comprar la felicidad.
Noa es un chico trans que no se conforma con una operación de cambio de sexo sino que prefiere reemplazar su cuerpo para así poder sentirse cómodo consigo mismo. Miguel es un expresidiario que prefiere no revelar demasiado de sí mismo. Mientras que Charlotte es una mujer de avanzada edad con ganas de experimentar. Estos tres personajes sólo comparten su deseo de cambiar de cuerpo pero no podrían ser más distintos en todo lo demás. I.D. consiste, precisamente, en todos los intercambios que comparten estas tres personas que, al ser tan opuestas, tanto tienen por discutir. Especialmente brillante me parece el retrato que hace Emma de la masculinidad y la feminidad presentando primero a Noa como un chico que no se siente identificado con su cuerpo femenino y menudo, para introducir más adelante a Miguel como un hombre de lo más corpulento incapaz de usar la violencia mientras que la aparentemente frágil Charlotte es la más autosuficiente del grupo con claras aptitudes para dejar K.O. a cualquier amenaza potencial.
Pero son los destellos fugaces de información entrecortada que se intuye aquí y allá los que acaban de complementar la lectura de esta obra. I.D. tiene lugar en un futuro incierto, me atrevo a aventurar que bastante próximo, en el que los humanos hemos conseguido colonizar con éxito la Luna y Marte. Por supuesto, los avances tecnológicos no han podido con la corrupta naturaleza humana por lo que hay disturbios por doquier, abusos policiales y las triquiñuelas ilegales de grandes corporaciones están a la orden del día.
Es en el apartado gráfico en el que Emma Ríos demuestra su larga trayectoria como artista de varias editoriales de cómic estadounidenses. Tiene muy claro que cada una de sus páginas ha de ser una obra en sí misma y tiene de sobras el talento para lograrlo. Además, para darle un toque aún más personal, opta por el bitono; la elección por el magenta acentúa el carácter íntimo y visceral de la historia. Me encanta la composición de viñetas de casi todas las páginas, aunque el objetivo principal sea transmitir una idea/argumento, I.D. no deja de ser un experimento gráfico con un resultado final excelente.
Puede que el principal defecto del cómic sea su brevedad ya que introduce un mundo tan interesante que el escaso desarrollo que se puede mostrar en 80 páginas podría resultar incluso superficial para el lector. Aunque la historia de Noa es bastante lineal y la de Miguel obtiene un cierto grado de resolución, Charlotte permanece como un absoluto enigma de principio a fin. Quizá el tono sea demasiado desenfadado para la crudeza de lo que cuenta, me hubiese encantado ver al menos un capítulo dedicado tan solo a las secuelas de la operación aunque entiendo que no era ese el objetivo de la obra. Es una idea que no dista tanto de la que se presenta en Altered Carbon pero creo que la de I.D. es más tangible y permitiría explorar aspectos muy interesantes.
Para concluir, os recomiendo encarecidamente la lectura de I.D., tengo claro que lo añadiré a mi biblioteca (cuando decida en qué idioma lo quiero) aunque, por lo pronto, mi prioridad es hacerme con Mirror ahora que sé que conecto al 100% con los mundos que plantea Emma Ríos.
Cuando empecé a leer una disertación sobre optogenética, virus neurotropos usados como vectores y estereotaxia como marco de referencia no daba crédito. Es una combinación fascinante de elementos que sí se emplean actualmente en investigación y para tratar ciertos trastornos. Sólo por dedicar tanto esfuerzo a que el mecanismo del procedimiento quirúrgico se explicitara y, encima, fuera coherente, ya considero que I.D. sobresale entre otras obras de ciencia ficción que prefieren no detenerse en la lógica interna de lo que plantean.
Pero, como en toda obra del género que se precie, y como ya nos revela el doctor Alberte, el trasplante de cuerpo no es más que la excusa que sirve de telón de fondo a una serie de cuestiones más bien metafísicas sobre la identidad y cómo nuestro cuerpo es la interfaz que nos permite comunicarnos con el mundo exterior y otras personas. La viabilidad de tal procedimiento tendría (especial) sentido en el contexto de enfermedades orgánicas o lesiones graves derivadas de traumatismos pero no es este el escenario de I.D. Los candidatos a la operación que presenta Emma Ríos son privilegiados habitantes con medios suficientes que aspiran a alcanzar la cúspide de la pirámide de Maslow con la enésima invención biotecnológica. No tengo ninguna duda de que si algo así existiese hoy en día, no faltarían voluntarios para someterse a la operación, ya que hay una creciente obsesión con comprar la felicidad.
Noa es un chico trans que no se conforma con una operación de cambio de sexo sino que prefiere reemplazar su cuerpo para así poder sentirse cómodo consigo mismo. Miguel es un expresidiario que prefiere no revelar demasiado de sí mismo. Mientras que Charlotte es una mujer de avanzada edad con ganas de experimentar. Estos tres personajes sólo comparten su deseo de cambiar de cuerpo pero no podrían ser más distintos en todo lo demás. I.D. consiste, precisamente, en todos los intercambios que comparten estas tres personas que, al ser tan opuestas, tanto tienen por discutir. Especialmente brillante me parece el retrato que hace Emma de la masculinidad y la feminidad presentando primero a Noa como un chico que no se siente identificado con su cuerpo femenino y menudo, para introducir más adelante a Miguel como un hombre de lo más corpulento incapaz de usar la violencia mientras que la aparentemente frágil Charlotte es la más autosuficiente del grupo con claras aptitudes para dejar K.O. a cualquier amenaza potencial.
Pero son los destellos fugaces de información entrecortada que se intuye aquí y allá los que acaban de complementar la lectura de esta obra. I.D. tiene lugar en un futuro incierto, me atrevo a aventurar que bastante próximo, en el que los humanos hemos conseguido colonizar con éxito la Luna y Marte. Por supuesto, los avances tecnológicos no han podido con la corrupta naturaleza humana por lo que hay disturbios por doquier, abusos policiales y las triquiñuelas ilegales de grandes corporaciones están a la orden del día.
Es en el apartado gráfico en el que Emma Ríos demuestra su larga trayectoria como artista de varias editoriales de cómic estadounidenses. Tiene muy claro que cada una de sus páginas ha de ser una obra en sí misma y tiene de sobras el talento para lograrlo. Además, para darle un toque aún más personal, opta por el bitono; la elección por el magenta acentúa el carácter íntimo y visceral de la historia. Me encanta la composición de viñetas de casi todas las páginas, aunque el objetivo principal sea transmitir una idea/argumento, I.D. no deja de ser un experimento gráfico con un resultado final excelente.
Puede que el principal defecto del cómic sea su brevedad ya que introduce un mundo tan interesante que el escaso desarrollo que se puede mostrar en 80 páginas podría resultar incluso superficial para el lector. Aunque la historia de Noa es bastante lineal y la de Miguel obtiene un cierto grado de resolución, Charlotte permanece como un absoluto enigma de principio a fin. Quizá el tono sea demasiado desenfadado para la crudeza de lo que cuenta, me hubiese encantado ver al menos un capítulo dedicado tan solo a las secuelas de la operación aunque entiendo que no era ese el objetivo de la obra. Es una idea que no dista tanto de la que se presenta en Altered Carbon pero creo que la de I.D. es más tangible y permitiría explorar aspectos muy interesantes.
Para concluir, os recomiendo encarecidamente la lectura de I.D., tengo claro que lo añadiré a mi biblioteca (cuando decida en qué idioma lo quiero) aunque, por lo pronto, mi prioridad es hacerme con Mirror ahora que sé que conecto al 100% con los mundos que plantea Emma Ríos.
Yo quería que me gustara pero me pasó lo que dices, se me hizo superficial. No conseguí conectar ni emocional ni intelectualmente con el tebeo. Visualmente es interesante, eso sí.
ResponderEliminarVaya, qué lástima. Supongo que no todo el mundo puede crear personajes tan cercanos como los tuyos ;)
EliminarHala, no :D Son sensibilidades distintas, fijo que hay mucha gente que prefiere este acercamiento a otros más sensibleros.
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