lunes, 23 de noviembre de 2015

Rituales

Un día antes de su lanzamiento estaba yo comprando ávidamente este cómic sin tener ni idea (ni querer tenerla) de su argumento para conseguir mi ejemplar firmado cuánto antes. Ahora tengo un dibujín fantástico, una reseña por escribir y un tomo con algunas páginas defectuosas que no puedo devolver por motivos evidentes.


Un almacén misterioso cuya puerta no se abre nunca en un tercero sin ascensor, una serie de muertes y actos violentos sin explicación aparente, una versión alternativa y bizarra de la creación del mundo y el cristianismo, una biografía pésima de Caravaggio y mucho más es lo que encontraréis en las páginas de Rituales, todo pivotando en torno a una figurilla muy extraña, con un falo gigante que a todo el mundo le llama la atención...

En la presentación del tebeo, el propio Álvaro Ortiz confesó que se trata de un cómic con tintes autobiográficos. Así, los personajes de Lorenzo, Ernesto Álvarez e Ismael Albero hacen clara alusión al autor y nos muestran su paso por Barcelona, Estocolmo y Roma/Malta respectivamente, aderezando sus experiencias con un poquito (bastante) de ficción, eso sí.


Una anécdota curiosa sobre el proceso creativo de Rituales es que, al terminar con Murderabilia, Álvaro Ortiz se había decidido a dar vida al fin a una historia que quería contar desde hacía tiempo pero, como es un troll en las redes sociales, se dedicó a pregonar que estaba haciendo una novela gráfica sobre Caravaggio. Y, de tanto decirlo, al final le dieron ganas de tirar adelante lo que empezó como una broma... y así se trasladó a Roma siguiendo los pasos del pintor. Sin embargo, en cierto momento se dio cuenta de que no iba a ser capaz de hacerle justicia a la vida del artista por lo que volvió a su proyecto inicial que, sin embargo, acabó bebiendo de este viaje. Como decía Daniel Ausente en la presentación, Rituales es un cómic cojonudo pero como biografía de Caravaggio... ¡deja mucho que desear!

Si bien todos estaremos de acuerdo en que el eje principal de Rituales son las figurillas de falos enormes que aparecen de uno u otro modo en todas las historias, incógnita que empuja al lector a pasar páginas tras página, no se nos desvela apenas nada de ellas en todo el cómic. Aunque el cómic esté compuesto por su buena decena de historias independientes y que, por lo tanto, cada uno de sus protagonistas tenga un número más bien reducido de páginas para desarrollarse, esto no limita en nada al autor que, como comentaba también en la presentación, donde otros autores abarcan tres páginas, él solo necesita una para contar lo mismo (los cielos en las viñetas están sobrevalorados).


A pesar de las múltiples escenas sádicas que incluyen decapitaciones, licuefacciones y tiroteos, entre otros, tengo que decir que iba leyéndolo en el bus de vuelta a casa y se me iban escapando sonrisas y alguna que otro carcajada disimulada con el humor sutil de Álvaro que se limita a retratar a sus personajes con frases que se dicen sin la intención de hacer reír pero que son hilarantes como poco para el lector. También la desdicha y mala suerte de los personajes resulta cómica, al igual que la parodia que hace el autor de sí mismo mediante uno de sus alter ego (y todos ellos en realidad): «Fue un autor sobrevaloradísimo».


Algo que ya percibí tanto en Cenizas como en Murderabilia pero que se ve especialmente reforzado en Rituales por su naturaleza episódica es la necesidad de su autor de meter referencias constantes tanto literarias como históricas como sencillamente anecdóticas que salpican toda su obra. Lo considero ya marca Álvaro Ortiz y es, de hecho, una de las particularidades de sus cómics que más disfruto. Alguno de vosotros podría venir ahora y decirme lo poco original que es llenar tus obras de referencias ajenas y hacer girar el interés de tu cómic alrededor de ideas que no son tuyas pero nada más lejos de la realidad, aunque el autor se sirva de esta suerte de referencias en todos o casi todos los capítulos, su capacidad inventiva, sádica, humorística y surrealista es la que, al final, se lleva la voz cantante (y que os dejará con ganas de más).

De todas formas, es gracias a estas referencias que leer un cómic de Álvaro ofrece mucho más que el placer inmediato y a menudo efímero de la lectura sino que te proporciona montones de datos que desconocías animándote a buscar más información sobre el tema (búsqueda inicialmente motivada por la duda de si lo que se refleja en las viñetas es cierto o no ya que al autor le gusta mezclar realidad con ficción continuamente con lo que uno nunca puede estar seguro de qué es cierto y qué es pura invención). El autor comenta que, en algún momento, hasta se planteó escribir una enciclopedia pero que desistió por la carga de trabajo de investigación que conllevaría, yo no pierdo la esperanza de que nos brinde con una Breve historia de la cremación algún día.


Y, hablando de referencias, el autor ha hecho un tremendo trabajo de documentación para representar de forma fidedigna todos los escenarios que aparecen en Rituales ya que, a diferencia de en sus cómics anteriores, se trata de localizaciones reales. La cantidad de detalles de los que dota a cada una de sus miles de viñetas se aproxima, como él mismo reconoce, al horror vacui.

Tantas historias cortas presentadas de forma sucesiva, ¿están entrelazadas? ¿hay un gran final catártico en el que todos los cabos sueltos cobran sentido? Podéis jugar a buscar las conexiones entre historias a medida que vais leyendo el tomo, están ahí, solo hay que estar un poquito atento. Llegado cierto punto uno se pregunta si prefiere un final cerrado donde el misterio de las estatuillas pierda inevitablemente su magia o si es mejor disfrutar de la lectura surrealista e impredecible de los distintos capítulos que en lugar de quedar conectados entre ellos al finalizar el tomo, lo estaban desde el principio.


Para terminar con la reseña, os dejo una foto de la firma con dibujo que me hizo Álvaro Ortiz durante la presentación del cómic en Barcelona. Como siempre me da la sensación de no haber sabido captar la esencia de este cómic, de su juventud desilusionada que empieza con aspiraciones de escribir una novela, trabajar en una galería de arte o dedicarse a la pintura pero que acaba indudablemente trabajando de camarero ya sea en una cafetería, una hamburguesería o un kebab; del tedio de matrimonios que se sustentan por inercia y de la frustración sexual de institutrices que no han logrado casarse. Solo me falta leer La señora de Mellyn, de Victoria Holt.

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