Muchísimos meses después de la última, hoy os traigo una reseña genuina de manga. De un tomo único sí pero hay mucha tela que cortar, no os preocupéis. Además, es este un título que ha atraído a un público mucho más amplio que el de los aficionados al manga sino también a los del cómic europeo, habiendo sido uno de los nominados a los premios de Ficomic donde suele ser difícil que se cuele un título japonés.
Sukezo Sukegawa se dedica a vender piedras que ha encontrado a la orilla del río Tama en la misma orilla del río. ¿Qué sentido tiene vender algo que cualquiera puede recoger del suelo? Sukezo es un estudioso del suiseki, un arte caído en el olvido que consiste en admirar la belleza natural de las piedras. Aunque antes se dedicaba a la reparación y venta de cámaras de segunda mano... Y antes aún era en realidad autor de manga. El problema es que allá donde vaya no consigue nunca ganarse la vida como dios manda porque parece no tener talento para absolutamente nada.
Cuando compré este tomo esperaba encontrarme la historia de un hombre desdichado al que le ocurrían muchas desgracias. En su lugar, encontré un hombre que se hizo desgraciado a sí mismo y eso, desde luego, no es un tópico habitual del cómic. Porque no es lo mismo que tengas un accidente o que tu mujer te sea infiel o que nadie quiera contratarte a que seas tú el que se obstine en no avanzar, en no sacrificarse, en no aceptar las oportunidades que te son dadas.
Sukezo es el típico anti-héroe, un protagonista cuyas vivencias están basadas en la vida del propio autor, siendo esta una historia con tintes autobiográficos. El protagonista se muestra siempre melancólico, fiel a unos valores obsoletos, incapaz de enfrentarse a la verdad, ni siquiera de mirar a los ojos a su mujer. Se obstina por vivir del Suiseki, que considera honorable y erudito, a pesar de que ya nadie lo valora, y no del manga, carente de honor y valor a sus ojos, dejándose arrastrar por un orgullo que, sin embargo, no le impide más adelante cargar personas sobre su espalda, en taparrabos, vadeando el río de una a otra orilla por cuatro perras.
De hecho, el autor sumerge a sus personajes en paisajes anodinos, una vida llena de penuria y miseria, donde la industralización y las influencias occidentales típicas de la era Showa son patentes en todo momento en contraposición al deseo expreso del tándem autor/protagonista de fundirse con la naturaleza, idealizando el aislamiento social y la extrema pobreza en que vivieron antiguos monjes, ahora célebres. Es Sukezo un magnífico hipócrita en ese sentido, enriqueciendo así su personaje, con tantas contradicciones internas como, probablemente, su autor: duda entre extremos, aspira a conseguir fama y riqueza por su (inexistente) talento y a la vez se deja llevar por un anhelo casi nihilista, peligrosamente próximo a la ideación suicida.
Por supuesto, se trata de un personaje tremendamente egocéntrico, que se cree el ombligo del mundo y que tan solo mira por su propio bien. Ajenas le son las responsabilidades que implica tener una familia y es su mujer la que se sacrifica para criar a su hijo. Aunque la relación entre marido y mujer apenas se toca de puntillas en la narración, resulta muy interesante ver como en un primer momento llegaron a saltar chispas entre ambos, que se enfriaron ante los delirios de grandeza de él y la incapacidad de abandonarlo de ella a pesar de todas las disputas y decepciones. En una época en la que los divorcios eran un tema tabú, queda muy bien reflejado qué motivos ataban al matrimonio a seguir adelante a pesar de que la llama llevara años extinguida.
Me gustaría poder decir que El hombre sin talento traspira situaciones que son impensables hoy en día pero más bien me parece un preámbulo de la época decadente, en ciertos aspectos, que nos ha tocado vivir. Con la exaltación del individualismo, que tanto critica Sukezo a pesar de desear tener éxito él como individuo continuamente, muchas personas se obsesionan con lograr esa excepcionalidad que los desmarque del rebaño y, al no conseguirlo, se desesperan, se enfrascan y se enredan en sueños irrealizables que, más que dar alas, las cortan, estancando a estos soñadores durante años en empresas imposibles. Yoshiharu Tsuge logra un efecto genuinamente patético con varias de las ideas que se le pasan por la cabeza a Sukezo, cuando se frustra por no poder aprovechar algo tan abundante y barato como el vello corporal, ¡qué lástima que uno no pueda lucrarse del mismo!
Si queréis regocijaros en la miseria, la hipocresía y la ineptitud humanas, este es vuestro cómic sin duda. Ni qué decir tiene lo hilarante que resulta leer a un autor de manga revelándose a su público con un manga autobiográfico en el que reniega del manga como medio para comunicarse...
Cuando compré este tomo esperaba encontrarme la historia de un hombre desdichado al que le ocurrían muchas desgracias. En su lugar, encontré un hombre que se hizo desgraciado a sí mismo y eso, desde luego, no es un tópico habitual del cómic. Porque no es lo mismo que tengas un accidente o que tu mujer te sea infiel o que nadie quiera contratarte a que seas tú el que se obstine en no avanzar, en no sacrificarse, en no aceptar las oportunidades que te son dadas.
Sukezo es el típico anti-héroe, un protagonista cuyas vivencias están basadas en la vida del propio autor, siendo esta una historia con tintes autobiográficos. El protagonista se muestra siempre melancólico, fiel a unos valores obsoletos, incapaz de enfrentarse a la verdad, ni siquiera de mirar a los ojos a su mujer. Se obstina por vivir del Suiseki, que considera honorable y erudito, a pesar de que ya nadie lo valora, y no del manga, carente de honor y valor a sus ojos, dejándose arrastrar por un orgullo que, sin embargo, no le impide más adelante cargar personas sobre su espalda, en taparrabos, vadeando el río de una a otra orilla por cuatro perras.
De hecho, el autor sumerge a sus personajes en paisajes anodinos, una vida llena de penuria y miseria, donde la industralización y las influencias occidentales típicas de la era Showa son patentes en todo momento en contraposición al deseo expreso del tándem autor/protagonista de fundirse con la naturaleza, idealizando el aislamiento social y la extrema pobreza en que vivieron antiguos monjes, ahora célebres. Es Sukezo un magnífico hipócrita en ese sentido, enriqueciendo así su personaje, con tantas contradicciones internas como, probablemente, su autor: duda entre extremos, aspira a conseguir fama y riqueza por su (inexistente) talento y a la vez se deja llevar por un anhelo casi nihilista, peligrosamente próximo a la ideación suicida.
Por supuesto, se trata de un personaje tremendamente egocéntrico, que se cree el ombligo del mundo y que tan solo mira por su propio bien. Ajenas le son las responsabilidades que implica tener una familia y es su mujer la que se sacrifica para criar a su hijo. Aunque la relación entre marido y mujer apenas se toca de puntillas en la narración, resulta muy interesante ver como en un primer momento llegaron a saltar chispas entre ambos, que se enfriaron ante los delirios de grandeza de él y la incapacidad de abandonarlo de ella a pesar de todas las disputas y decepciones. En una época en la que los divorcios eran un tema tabú, queda muy bien reflejado qué motivos ataban al matrimonio a seguir adelante a pesar de que la llama llevara años extinguida.
Me gustaría poder decir que El hombre sin talento traspira situaciones que son impensables hoy en día pero más bien me parece un preámbulo de la época decadente, en ciertos aspectos, que nos ha tocado vivir. Con la exaltación del individualismo, que tanto critica Sukezo a pesar de desear tener éxito él como individuo continuamente, muchas personas se obsesionan con lograr esa excepcionalidad que los desmarque del rebaño y, al no conseguirlo, se desesperan, se enfrascan y se enredan en sueños irrealizables que, más que dar alas, las cortan, estancando a estos soñadores durante años en empresas imposibles. Yoshiharu Tsuge logra un efecto genuinamente patético con varias de las ideas que se le pasan por la cabeza a Sukezo, cuando se frustra por no poder aprovechar algo tan abundante y barato como el vello corporal, ¡qué lástima que uno no pueda lucrarse del mismo!
Si queréis regocijaros en la miseria, la hipocresía y la ineptitud humanas, este es vuestro cómic sin duda. Ni qué decir tiene lo hilarante que resulta leer a un autor de manga revelándose a su público con un manga autobiográfico en el que reniega del manga como medio para comunicarse...
Qué puntazo, me lo apunto :)
ResponderEliminar¡Ojalá te guste! >_< Es curioso de leer cuánto menos.
EliminarPor fin lo he leído y me ha parecido fascinante. Gracias por la recomendación :)
EliminarNo me puedo creer que haga casi 2 años de esta reseña! El tiempo pasa volando O_o
Eliminar¡¡Me alegro mucho de que te haya gustado!! =)