Desde que me inicié oficialmente en la lectura de cómic europeo hace un par de años que tengo siempre presente en un rincón de mi cerebro el nombre de Guy Delisle. Es un autor relativamente prolífico, con un amplio catálogo en España y muy famoso en el mundillo. Después de la buena experiencia con ¡García! decidí repetir en la biblioteca y me encontré con Shenzhen, que da la casualidad que es la primera novela gráfica de Guy Delisle (cronológicamente hablando) que se publicó en España (que a mí me sonaba más Pyongyang pero, aparte de que la publicó más tarde, tampoco estaba en la biblioteca).
De este cómic no os voy a poner sinopsis porque se trata, simple y llanamente, de un compendio de experiencias autobiográficos de un viaje por trabajo que realizó el autor a la ciudad china de Shenzhen que, para los que no hayáis oído hablar nunca antes de ella (como yo) y aunque el autor ni siquiera lo mencione, es la décima más poblada del mundo con una población que supera los diez millones de habitantes, ahí es nada.
Sinceramente, no creo que Guy Delisle disfrutara de su estancia en Shenzhen; todo lo contrario, más bien diría que fue una especie de purgatorio en el que se sintió morir en vida. Y es precisamente por eso que este cómic puede calificarse de soberbio. El autor experimenta la más absoluta soledad a pesar de estar siempre rodeado de gente debido a la insalvable barrera tanto idiomática como cultural. A pesar de tener una intérprete en su lugar de trabajo, no logra ni hacerse entender ni comprender a sus compañeros. Tanto es así que le cuesta no sucumbir a las paranoias que le asolan, sospechando que sus distintos intérpretes traducen de forma algo libre.
Su día a día es entre monótono y asfixiante. Los transeúntes le señalan como si fuese un mono de feria y le sueltan palabras aleatorias en inglés. La ciudad rezuma hedor y suciedad y no ofrece ningún divertimento más que ir al gimnasio o a jugarse la vida yendo a comer en distintos antros en los que uno nunca sabe qué plato acaba de pedir.
Guy Delisle retrata la cruda sociedad china con viñetas en las que apenas cuenta nada (una descripción objetiva de una sencilla interacción social) a la vez que desborda al lector con una serie de mensajes velados cargados de intención (¡y de humor!). Por ejemplo, en una ocasión el autor le cuenta a unos compañeros chinos que en Francia a los diseñadores que trabajan en domingo se les paga el doble y ellos se echan a reír ante el chiste.
Al margen del contraste cultural y todo lo que se puede aprender o intuir sobre la sociedad china o, al menos, sobre el día a día en Shenzhen, este cómic me ha gustado en especial por las reflexiones casi metafísicas del autor que, al verse encerrado en una ciudad tan opresiva a la par que privado de cualquier interacción social sana, empieza a plantearse qué es en realidad la libertad. Por haber nacido en Canadá, disfruta de una infinidad de privilegios, de la posibilidad de escoger, cuando hay millones de personas en el mundo que ni tienen elección ni se plantean que pudiesen tenerla.
Todo en China resulta, cuánto menos, chocante para un occidental. Si bien hay viñetas que evocan de forma directa una realidad terrorífica con fotografías de criminales tachadas en rojo para indicar a qué reos se ha ejecutado, hay otras capturas más sutiles que no por ello resultan menos escalofriantes. Los compañeros chinos de Delisle viven en las afueras, en barrios que se intuyen marginales, con barrotes en puertas y ventanas como si al entrar en casa ingresara uno en prisión (enriqueciendo aún más toda esa discusión acerca de la libertad que ya había planteado con anterioridad), sin decoración alguna, con una televisión indispensable y sin poder gozar de ninguna clase de posesión accesoria por insignificante que esta resulte.
Guy Delisle se alojó en Shenzhen de diciembre de 1997 a febrero de 1998. Una podría intentar convencerse (por ser optimista más que por tener datos que lo avalen) de que casi 20 años después las cosas habrán cambiado y que ya no habrá carteles de presos ajusticiados en medio de la calle... pero en plena polémica por la desaparición y posterior reaparición como supuestos criminales de los cinco libreros de Hong Kong, me da la sensación de que el abismo entre Francia (o España) y China sigue siendo insalvable.
Siendo sincera, he disfrutado muchísimo con la lectura de Shenzhen. A pesar de que el autor viviese ese viaje como un triste, anodino y repetitivo periodo de su vida, consigue darle la vuelta con una simplicidad de lo más rica. En ningún momento maquilla sus vivencias, ni las desvirtúa con su punto de vista. Esta novela gráfica es un retrato del día a día en una de las ciudades más grandes de China y del mundo, remarcando una serie de particularidades que, probablemente, no tengan mayor relevancia para un ciudadano chino pero que cobran una significación especial a ojos de un occidental. Estoy convencida de que a lo largo del año voy a ir llenando el blog (y espero que mis estanterías) con otros títulos de Guy Delisle, tanto de las crónicas de sus otros viajes como de sus obras más originales y humorísticas.
Sinceramente, no creo que Guy Delisle disfrutara de su estancia en Shenzhen; todo lo contrario, más bien diría que fue una especie de purgatorio en el que se sintió morir en vida. Y es precisamente por eso que este cómic puede calificarse de soberbio. El autor experimenta la más absoluta soledad a pesar de estar siempre rodeado de gente debido a la insalvable barrera tanto idiomática como cultural. A pesar de tener una intérprete en su lugar de trabajo, no logra ni hacerse entender ni comprender a sus compañeros. Tanto es así que le cuesta no sucumbir a las paranoias que le asolan, sospechando que sus distintos intérpretes traducen de forma algo libre.
Su día a día es entre monótono y asfixiante. Los transeúntes le señalan como si fuese un mono de feria y le sueltan palabras aleatorias en inglés. La ciudad rezuma hedor y suciedad y no ofrece ningún divertimento más que ir al gimnasio o a jugarse la vida yendo a comer en distintos antros en los que uno nunca sabe qué plato acaba de pedir.
Guy Delisle retrata la cruda sociedad china con viñetas en las que apenas cuenta nada (una descripción objetiva de una sencilla interacción social) a la vez que desborda al lector con una serie de mensajes velados cargados de intención (¡y de humor!). Por ejemplo, en una ocasión el autor le cuenta a unos compañeros chinos que en Francia a los diseñadores que trabajan en domingo se les paga el doble y ellos se echan a reír ante el chiste.
Al margen del contraste cultural y todo lo que se puede aprender o intuir sobre la sociedad china o, al menos, sobre el día a día en Shenzhen, este cómic me ha gustado en especial por las reflexiones casi metafísicas del autor que, al verse encerrado en una ciudad tan opresiva a la par que privado de cualquier interacción social sana, empieza a plantearse qué es en realidad la libertad. Por haber nacido en Canadá, disfruta de una infinidad de privilegios, de la posibilidad de escoger, cuando hay millones de personas en el mundo que ni tienen elección ni se plantean que pudiesen tenerla.
Todo en China resulta, cuánto menos, chocante para un occidental. Si bien hay viñetas que evocan de forma directa una realidad terrorífica con fotografías de criminales tachadas en rojo para indicar a qué reos se ha ejecutado, hay otras capturas más sutiles que no por ello resultan menos escalofriantes. Los compañeros chinos de Delisle viven en las afueras, en barrios que se intuyen marginales, con barrotes en puertas y ventanas como si al entrar en casa ingresara uno en prisión (enriqueciendo aún más toda esa discusión acerca de la libertad que ya había planteado con anterioridad), sin decoración alguna, con una televisión indispensable y sin poder gozar de ninguna clase de posesión accesoria por insignificante que esta resulte.
Guy Delisle se alojó en Shenzhen de diciembre de 1997 a febrero de 1998. Una podría intentar convencerse (por ser optimista más que por tener datos que lo avalen) de que casi 20 años después las cosas habrán cambiado y que ya no habrá carteles de presos ajusticiados en medio de la calle... pero en plena polémica por la desaparición y posterior reaparición como supuestos criminales de los cinco libreros de Hong Kong, me da la sensación de que el abismo entre Francia (o España) y China sigue siendo insalvable.
Siendo sincera, he disfrutado muchísimo con la lectura de Shenzhen. A pesar de que el autor viviese ese viaje como un triste, anodino y repetitivo periodo de su vida, consigue darle la vuelta con una simplicidad de lo más rica. En ningún momento maquilla sus vivencias, ni las desvirtúa con su punto de vista. Esta novela gráfica es un retrato del día a día en una de las ciudades más grandes de China y del mundo, remarcando una serie de particularidades que, probablemente, no tengan mayor relevancia para un ciudadano chino pero que cobran una significación especial a ojos de un occidental. Estoy convencida de que a lo largo del año voy a ir llenando el blog (y espero que mis estanterías) con otros títulos de Guy Delisle, tanto de las crónicas de sus otros viajes como de sus obras más originales y humorísticas.
Delisle mola mucho y sus crónicas de viajes son geniales, las que he leído me han gustado mucho, especialmente la de Pyongyang por flipar de lo diferente que es todo.
ResponderEliminarJustamente esta de Shenzhen no la he leído todavía y ya intuyo que es parecida a Pyongyang y que me gustará... a ver si lo ponen en mi biblioteca =(
Lo de las fotos tachadas muy mal rollo y me parto de risa con las viñetas del concepto de las fiasXDDD
Leer sobre estos países hace que nos demos cuenta que no sabemos la suerte que tenemos de haber nacido donde hemos nacido...
a mi también me gustaría pensar que China ha mejorado desde entonces... pero se me pasan las ganas de ir de viaje a según que lugares
Ay, lo de las filas me hizo mucha gracia pero no es, ni mucho menos, de las escenas más divertidas del volumen (pero tenía que limitarme a las páginas de muestra para ilustrar la entrada). No te digo más para no chafarte la futura lectura =)
EliminarYo con el tema "viajar" soy más permisiva aunque sí es cierto que la paranoia está siempre detrás de la oreja con ciertos destinos... o.ò