Ya sabéis que tanto la ciencia ficción como la inteligencia artificial como los relatos intimistas como los tebeos en general son mi debilidad así que cuando me encontré todo esto reunido en Yuna, supe que tenía que darle una oportunidad.
Héctor es el único tripulante humano de una nave espacial, embarcado en una misión incierta. Para aliviar la fría soledad del espacio, viaja con una androide programada para quererle, Yuna. La curiosa pareja aguarda el devenir de los días con rutina y monotonía hasta que su viaje se ve interrumpido por un gigante cuerpo celestial que a pesar de su magnitud parece una nave... pero para averiguar de qué se trata, ambos deberán adentrarse en el coloso de metal.
Cuando empecé a leer Yuna no pude dejar de establecer paralelismos con Solaris, un libro de ciencia ficción que leí hace unos meses (y que no he tenido ocasión de reseñar) en que se abordan temas similares: por un lado, qué características debemos encontrar en alguien, o algo, para poder desarrollar sentimientos amorosos hacia él, ella o ello; por el otro, la vida en el espacio, en la que es inevitable alienarse. Es decir, aunque se trate de un cómic de ciencia ficción, en esencia se trata de una obra intimista.
Héctor es humano y Yuna una androide pero es él quien sufre ante la perspectiva de perderla y es él quien admite sin pudor necesitarla. Los humanos somos seres sociales por naturaleza y, de hecho, hemos evolucionado para que nuestro cerebro se adapte a la perfección a la vida en comunidad. Por lo tanto, la soledad que ofrece el espacio no es, en ningún caso, una alternativa viable. Pero entonces, ¿qué diferencia hay entre estar solo y convivir con un ordenador con forma humana? Como siempre, entra en juego la noción de conciencia y de inteligencia artificiales que, más que inferiores (o superiores) a las nuestras, son llanamente distintas.
Como augura el título, Héctor es una excusa, es un efecto colateral, la protagonista es Yuna y es su historia la que cuentan en este cómic Santiago García y Juaco Vizuete. Gracias a sus conversaciones con otra androide conocemos tanto su pasado como sus inquietudes y su forma de entender el mundo o, en este caso, el universo. Su incapacidad para entender ciertas pautas emocionales humanas (inexistentes), su aprendizaje progresivo a base de experiencias y su característica moralidad son el motor del cómic.
Cuando empecé a leer Yuna no pude dejar de establecer paralelismos con Solaris, un libro de ciencia ficción que leí hace unos meses (y que no he tenido ocasión de reseñar) en que se abordan temas similares: por un lado, qué características debemos encontrar en alguien, o algo, para poder desarrollar sentimientos amorosos hacia él, ella o ello; por el otro, la vida en el espacio, en la que es inevitable alienarse. Es decir, aunque se trate de un cómic de ciencia ficción, en esencia se trata de una obra intimista.
Héctor es humano y Yuna una androide pero es él quien sufre ante la perspectiva de perderla y es él quien admite sin pudor necesitarla. Los humanos somos seres sociales por naturaleza y, de hecho, hemos evolucionado para que nuestro cerebro se adapte a la perfección a la vida en comunidad. Por lo tanto, la soledad que ofrece el espacio no es, en ningún caso, una alternativa viable. Pero entonces, ¿qué diferencia hay entre estar solo y convivir con un ordenador con forma humana? Como siempre, entra en juego la noción de conciencia y de inteligencia artificiales que, más que inferiores (o superiores) a las nuestras, son llanamente distintas.
Como augura el título, Héctor es una excusa, es un efecto colateral, la protagonista es Yuna y es su historia la que cuentan en este cómic Santiago García y Juaco Vizuete. Gracias a sus conversaciones con otra androide conocemos tanto su pasado como sus inquietudes y su forma de entender el mundo o, en este caso, el universo. Su incapacidad para entender ciertas pautas emocionales humanas (inexistentes), su aprendizaje progresivo a base de experiencias y su característica moralidad son el motor del cómic.
El dibujo es entrañable, Juaco Vizuete se decanta por una representación difusa de la tecnología que rodea a la pareja en lugar de optar por el típico arte frío y cuadriculado al que se suele recurrir en las obras de ciencia ficción. Así, no renuncia a un grafismo más europeo que americano, que se centra en los personajes más que en el fondo que, al fin y al cabo resulta superfluo en este contexto. Especialmente encomiable me parece su labor en el coloreado, con tonalidades mayoritariamente rojizas que le dan un aspecto sombrío e incluso espeluznante en ocasiones.
Para mí, uno de los grandes peros de este cómic es el formato de la edición, apaisada. Sin embargo, imagino que esta particularidad obedece al guión y no al revés por lo que supongo que dicha decisión fue tomada por el guionista (o el dibujante, o la conjunción de ambos). Las páginas apaisadas de este volumen obligan en muchos casos a que una página entera se convierta en una viñeta gigante. Utilizar este recurso de forma puntual no me parece mal pero que ésta sea la tónica imperante de todo el volumen ya no me convence tanto. Al tratarse de una obra íntima donde ni siquiera el dibujo pretende reflejar una tecnología concreta, las viñetas gigantes no aportan más detalles y se convierten en fotogramas por los que nuestro ojo desfila en menos de un segundo. Teniendo en cuenta que los diálogos son para mí el mayor atractivo de Yuna, las decenas de páginas dedicadas a ponernos en situación me parecen prescindibles e incluso un estorbo que no hace otra cosa que darle grosor al volumen y acabar encareciendo el precio final del tomo.
Empecé la lectura de esta novela gráfica con muchas ganas y, si bien creo que resulta interesante y que enfoca desde puntos de vista muy originales algunos temas cruciales dentro del género, esperaba más de este cómic y creo que se podría haber contado lo mismo en una tercera parte de las páginas.