Por un lado, ahora que he acabado la carrera (aun no me lo creo) y vuelvo a tener tiempo libre de verdad, he decidido retomar la lectura de Mirai Nikki. Y, como ya vaticiné con los dos primeros tomos... esta historia no hace más que degenerar. De hecho, tiene todo tan poco sentido que ni siquiera sé por dónde empezar a criticarla. Es decir, no es como si Sakae Esuno intentara construir una historia coherente y fallara en su intento, es que, claramente, no lo ha intentado. Después de la terrorista adolescente con una capacidad genuina para colocar 300 bombas por metro cuadrado y el pirado ciego justiciero, aparece un NIÑO PEQUEÑO que maneja ácido cianhídrico, veneno, máscaras de gas y disfruta matando gente, porque sí y toda la explicación que pretende darnos el autor (con UNA viñeta) es que había violencia doméstica en su casa pero vamos, que es que no, que no tiene sentido, que es todo demasiado WTF, que por mucho que los psicópatas existan, los niños de TRES AÑOS de edad no pueden ser psicópatas. No pueden. Y punto.
Manda huevos que sea un crío el único en señalar algo tan evidente desde el puto principio |
Y hablando del tándem Ohba/Obata, devoré (en mis señoras dos o tres horas) Bakuman #17. Realmente no esperaba que Nanamine retornara como antagonista declarado de los Ashirogi Muto, lo hacía más maduro. Y con todo esto de la Shinjutsu Corporation me doy cuenta de hasta qué punto Bakuman no deja de ser un shônen con las flipadas habituales del género, siento que ahí los autores han dado rienda suelta a su imaginación... más de lo habitual quiero decir. La batalla ha sido interesante aunque me quedo con el último capítulo del tomo, la versión manga de R y Julie y la mezcla final entre Zetman y Death Note.
Nanamine me ha decepcionado como personaje. En el tomo 14 me gustó mucho, por fin un antagonista, pero en este tomo ha sido tropezar con la misma piedra... que PESAO. Eso si, me ha gustado mucho la trama de los mangakas veteranos.
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