lunes, 21 de septiembre de 2015

Viernes 11: Mariposas y Venus

Quizás alguno/a de vosotros ha percibido una pausa más prolongada de lo habitual en el ritmo de publicaciones de Morphallaxis. Aunque empezó por una simple falta de tiempo derivada de una semana de trabajo intenso, se acabó solapando con un viaje relámpago que he hecho a la capital austriaca con la excusa de que a la semana siguiente atendía a una summerschool en Innsbruck. En esta ocasión retomo el formato original de crónica diaria con el que os contaba mis viajes al inaugurar el blog en lugar de seguir con mi intento de hacerlo más temático. Sin más preámbulos...


Estaba yo en el aeropuerto de Barcelona, sola, unas dos horas antes de que saliera mi vuelo, haciendo cola por primera vez tras varios años en el mostrador de facturación. Si yo trabajase en un aeropuerto creo que ya habría escrito una novela (¡o una saga!) que tuviese lugar en uno. Es como un mundo a parte. Algo que me maravilla es que siempre hay gente que llega con el tiempo increíblemente justo ignorando todos los consejos habidos y por haber. En esta ocasión hubo un hombre que se acabó saltando la cola kilométrica porque es que perdía el avión. A otros los hicieron pasar a otro mostrador sin cola también porque faltaba poco para que despegara su vuelo. Si yo fuera tan al límite me daría un ataque de nervios... Y cuando ya has facturado, tienes que pasar el control de equipaje y, como no, me tuvieron que parar. No sé cómo me lo monto pero me paran casi siempre y eso que no llevo nunca ni reloj, ni pendientes, ni collares, ni cinturón, ni monedas, ni nada de lo que se supone que te hace pitar. Para mí, pasar el maldito control siempre será uno de los peores malos tragos a los que me enfrento al coger un avión... y todo es como mil veces peor si viajo sola. Esta vez fue el colmo de la mala suerte porque dejé mi mochila y mi portátil (a parte, fuera de la mochila, como indican las normas) en la cinta y me puse a hacer cola para pasar por el control y, cuando ya me faltaba poco, me dijo uno de los trabajadores que tenía que quitarme las botas (¿botas en septiembre con el calor infernal que hace? Sí, porque en Innsbruck no hace tanto y no me cabían en la maleta) y en lo que tardé en dejarlas en la cinta, ya me habían quitado el sitio y tuve que volver a hacer la cola y veía mi portátil cada vez más lejos y desprotegido. Y encima me paran al pasar y me hacen esperar a que haya alguien libre para pasarme una maquinita que mide... qué sé yo ¿metal?¿explosivos? Después de unos minutos que se me hicieron eternos conseguí recuperar todas mis pertenencias y pasar a la parte interior del aeropuerto con menos tiempo de anticipo del que esperaba. Me dio el tiempo justo de comprarme algo caro nivel aeropuerto de beber/comer.


El viaje muy tranquilo, sin turbulencias ni dolores de cabeza indeseados, no sé por qué en los aviones tienen DE TODO y no pueden llevar también leche para ponerle al café. Me parece tan absurdo que estoy casi convencida de que tiene que haber una explicación razonable que justifique que no se pueda subir leche a un avión. Como siempre también, aunque el vuelo fue bien, la gente a mi alrededor no dejaba de dar por culo, en especial el señor muy alto de delante echando el asiento para atrás y el señor muy alto de detrás echando las piernas hacia delante y dándome golpes en las mías y en mis pies. Constantemente. Como no (de nuevo), al aterrizar y recuperar mi maleta (a la primera, esto sí) justo perdí el tren que me llevaba al centro de la ciudad, uno que pasa cada media hora. Entre unas cosas y otras tardé la vida en llegar a Pilgramgasse, mi parada de metro y, al salir, estaba bastante desubicada. Es aquí cuando comprobé por primera vez la amabilidad austriaca: una señora mayor con el carro de la compra se me acercó, miró mi mapa y me empezó a hablar en alemán con efusividad y por más veces que le dije "Sorry, I don't speak German", ella siguió hablando y, con gestos, me dio a entender que la siguiera. Aunque la señora giró a la derecha en un punto en que había que girar a la izquierda, en general, gracias a ella encontré rápido el camino correcto y, al final, entre unas cosas y otras, tardé algo más de dos horas en llegar a mi apartamento desde el aeropuerto.


Pero bueno, ya instalada, a pesar de que eran las tres de la tarde pasadas y a sabiendas de que en Viena todo cierra a las seis (y media como mucho), me fui caminando hacia el Burggarten vía Mariahilfer Straße (2,5 km) para entrar en el Palmenhaus donde se encuentra el Schmetterlinghaus, es decir, una casa de mariposas ♥ Es el tipo de visita idónea para cuando una viaja sola y le gusta ver bichitos con calma. El sitio es bastante pequeño porque solo ocupa como una tercera parte de la totalidad del edificio del Palmenhaus pero está muy bien aprovechado, yo le di unas tres vueltas e hice setenta fotos en unos 35 minutos. Para ser Viena, no era caro, la entrada de estudiante me costó 4,50€ (la de adulto eran 6€). Además de las mariposas, el recinto está repleto de plantas tropicales con muchísimas flores de todos los colores y estoy segura de que más de uno ha disfrutado más de la vegetación que de las mariposas en sí. Pero la "decoración" no se limita ahí, también hay unas estatuas como de indígenas repartidas por el espacio, un pequeño lago, su correspondiente mini puente y un tronco hueco por dentro con una escalera para subir a un pequeño mirador desde el que hacer más fotos. Según la página web hay unas 400 mariposas en el recinto de unas 40 especies distintas. En algunos puntos la vegetación es bastante densa así que, por supuesto, yo no vi tantas mariposas y la lástima es que la mayoría que estaban quietas eran unas grandes y marrones no muy agraciadas. Quizá lo peor es que hay varios carteles explicativos sobre el ciclo vital de las mariposas y demás pero está todo escrito exclusivamente en alemán (como casi todo en Viena) así que ni idea de si los paneles eran interesantes o no. Con todo, me gustó mucho la visita y fue una inmejorable forma de empezar mi turisteo por la ciudad.


Por la zona (cerca del Museumsquartier) y la hora (casi las cinco de la tarde), decidí ir al Naturhistorisches Museum Wien o, lo que es lo mismo, el Museo de Historia Natural de Viena (el alemán hace que todos los nombres parezcan jeroglíficos). Como en todos los museos de este tipo, hay una gran variedad de ítems expuestos organizados por disciplinas. Así, la visita comienza por una serie de salas dedicadas a la geología, con vitrinas y más vitrinas llenas de trocitos de cuarzo, amatista, mármol, ónice, y un infinito etcétera a los que, sinceramente, no hice mucho caso. Más adelante, y cambiada de sitio debido a una reorganización del contenido de las salas del museo cuya principal repercusión era el cierre de un par de ellas, se encontraba la famosísima Venus de Willendorf, de la que tengo constancia desde hace muchos años. Esta figurilla de apenas once centímetros de largo (increíblemente pequeña teniendo en cuenta toda la atención que ha recibido desde su descubrimiento en 1908) es famosa debido a su antigüedad, unos 25.000 años. Da una idea muy precisa de cuáles eran los atributos femeninos más deseables durante la Prehistoria. Acto seguido continuaba la parte más "geológica" con una exposición muy considerable de meteoritos que, si no recuerdo mal, puede que fuese la más grande de Europa (¿o del mundo?). Y, más adelante, acabando con este ala del museo, todo un pasillo repleto de fosiles finalizando en la sala de los dinosaurios con unos esqueletos gigantescos y una réplica semi-móvil y un poco amenazante de un Allosaurus fragilis (que me gustaría a mí saber de dónde viene ese "fragilis" porque no lo parecía...).


Antes de entrar en el ala opuesta se me acercó uno de los guardias del museo con ganas de charlar, me preguntó que de dónde era y me explicó que se había casado aquí en España hace 18 años, muy feliz el hombre. Al otro lado, y haciendo un recorrido inverso debido a la reestructuración de salas que comentaba antes, había un par de salas dedicadas a la taxidermia en las que casi vomito allí mismo tras ver en directo una vitrina con un cadáver que estaba siendo devorado por no recuerdo qué tipo de bicho asqueroso que se usa específicamente para "limpiar" el interior de los animales que se quiere exhibir más adelante (que es una costumbre que, per se, ya me disgusta...). Más adelante, se encuentra la sección antropológica, quizá la más acorde a mi formación, con sendas explicaciones sobre la similitud entre primates y demás. Cuando acabé con la planta baja volví a saludar al guardia de antes, que me dijo que la próxima vez que viniese al museo dijese que venía de su parte que la entrada me saldría gratis (es una pena que no fuese capaz de entender su nombre, el alemán es un idioma imposible). Finalmente, subí a la planta superior que estaba dedicada, en su mayoría, a los animales (así, en general), ordenados por taxones, empezando por medusas y demás seres marítimos, dando paso a aves, reptiles y diría que mamíferos... aunque también había un rincón dedicado a parásitos que infectan humanos como Plasmodium spp. (malaria) o las tenias. Pero la verdad es que cuando apenas había visto un par de salas sonó el primer anuncio de que el museo estaba a punto de cerrar así que, después de todo, solo vi medio museo.

A estas alturas eran ya las seis y media de la tarde y había tenido un día suficientemente intenso por lo que recorrí mis 3km de vuelta a casa y me desplomé en la cama hasta el día siguiente.

4 comentarios:

  1. Pues no está nada mal lo que pudiste visitar en una tarde y teniendo en cuenta que todo cerraba temprano.
    No conocía la Venus de Willendorf!!

    Creo que es la primera vez que veo una representación "real" de un dinosaurio con plumas :_)

    qué lástima que no estuvieran las cosas escritas en inglés también en la casa de las mariposas

    ya con ganas de la crónica del siguiente día XD

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    1. Lo del idioma es un mal endémico de Austria visto lo visto, casi nunca había nada escrito en inglés en ninguna parte y, cuando lo había, era siempre un texto extremadamente básico que saltaba a la vista que era una versión resumida de lo que ponía en alemán... Una pena, sobre todo teniendo en cuenta la población target de un museo en una capital europea...

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  2. no tenía ni idea de qué en los museos vieneses no hay cárteles en inglés, bueno es saberlo. .
    Supongo que el hecho que sea tan pequeña también llama la atención por la precisión y el dominio de quien la esculpió hace 25.000 años.

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    1. No no, a ver que creo que he exagerado demasiado. Sí que hay carteles en inglés. También depende mucho del museo. Sí que me acuerdo que en la casa de mariposas estaba todo única y exclusivamente en alemán pero, por ejemplo, en el Leopold sí que estaba todo tanto en alemán como en inglés. Y luego estaba el intermedio, que es traducir solo una parte. Por ejemplo, cuando hice una visita guiada a las catacumbas de la catedral de San Esteban, el guía preguntó si había alguien que hablase en inglés, a ver si se libraba de tener que dar la explicación en ambos idiomas y a mí me dio la impresión de que se pasaba más rato hablando en alemán que en inglés...

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