Tengo la espantosa costumbre de no releer nunca ningún manga (ni nada en general). Esto se debe principalmente a la ingente cantidad de tomos sin leer (ninguna vez) que tengo en casa... pero hay ciertas obras que guardo con mucho cariño porque las leí justo cuando descubrí que el manga existía como tal. El juguete de los niños es una joya que editó Planeta entre noviembre de 2002 y septiembre de 2003 (no ha llovido ni nada desde entonces eh) y que se publicó originalmente en Japón entre 1994 y 1998. Se trata de la obra más célebre de Miho Obana, una mangaka que goza de un muy merecido reconocimiento en su país natal pero que, desgraciadamente, pasó muy desapercibida en España... y eso que Planeta llegó a publicar dos obras suyas más: Manos Entrelazadas y La casa del agua.
El manga consta de diez tomos, detalle que no le impide a la autora presentar un total de seis arcos argumentales distintos (y correlativos, no se trata para nada de historias paralelas ni tampoco de una obra coral) en que hace sufrir sin piedad a su pareja protagonista. Me maravilla
Miho Obana porque es muy resolutiva, exhibe una situación exageradamente dramática que cualquier otro autor podría extender durante tomos y tomos, incluso ser el principal motor argumental de un manga completo pero para
Obana no,
Obana le dedica tres o cuatro capítulos y a otra cosa mariposa, que si no los lectores aún podrían cansarse.
La
mangaka destaca aquí por su habilidad para tratar elementos del más absoluto drama humano con humor. No se salva ningún personaje, todos tienen pasados de lo más dramáticos pero, sin embargo, se sobreponen y siguen hacia delante con optimismo, en especial
Sana, la protagonista, que no se deja achantar por nada ni nadie. La autora aborda un sinfín de adversidades y traumas incluyendo el abandono, el maltrato físico, el acoso, la violencia de género, la ideación suicida, la depresión, el abuso de poder... E, insisto, los enfoca siempre desde un ángulo esperanzador, pasando muy rápidamente por la desdicha y centrándose enseguida en las estrategias para afrontar todos esos problemas.
Sana se ríe de sí misma constantemente, le quita hierro al asunto y pasa página con ímpetu.
Esto no quita que como autora de shôjo que se precie, tire de ciertos clichés (odiosos) de esta demografía como son los malentendidos
™. Aunque, por suerte, no abusa (demasiado) de este tipo de recursos (lo suficiente como para hacerme recordar mis entradas de tópicos...), no nos libramos de algún que otro poliedro amoroso ni tampoco de declaraciones de amor que se hacen de rogar mucho más de lo necesario. Todo esto lo compensa con un discurso que se marca la protagonista en que reflexiona sobre el amor y decide que no quiere tener pareja.
Puede que el aspecto en que peor ha envejecido la obra sea en todas esas connotaciones discriminatorias con múltiples comentarios homófobos y sexistas en que es difícil discernir lo que piensa la autora de aquello que pone en boca de sus personajes. En general sale bastante airosa de varias situaciones peliagudas con el desenfado de
Sana que, al fin y al cabo, no se adecua a ningún molde preestablecido, rompiendo roles allá por donde pasa, y haciéndose famosa y querida por todos precisamente por eso. Quizá es por la nostalgia que me genera esta obra pero yo prefiero pensar que la autora se limitó a proyectar en
El juguete de los niños todos aquellos juicios de valores que podría haber hecho cualquier japonés en la época para que luego pasara
Sana con su apisonadora a restarle importancia.
Creo que lo he repetido hasta la saciedad pero
Sana es una protagonista brutal. Es fuerte, decidida, espontánea, muy madura para algunas cosas y muy inmadura para otras, desinhibida, valiente, positiva, sincera... Sé que todas las protagonistas tienden a ser entre demasiado buenas o, directamente, perfectas pero
Sana es una
rara avis. De acuerdo, es demasiado madura para su edad en algunos aspectos, pero es que tiene un aplomo... no se amedrenta ante nada, no tiene reparo en pedir perdón cuando se da cuenta de que ha hecho algo mal, siempre tiene una sonrisa para todo el mundo, es ingeniosa, una no se cansa nunca de leer su última ocurrencia. Pero a la vez, no es para nada
perfecta, que sea bondadosa no quiere decir que sea correcta (olvidad la imagen de
Mary Sue que empezaba a emerger en vuestra cabeza), al contrario, es malhablada, torpe, egoista y un poco macarra incluso.
Hayama es el contrapunto perfecto para ella, con una infancia difícil, muy mal carácter, la más absoluta incapacidad para relacionarse con los demás, muy pagado de sí mismo, un prepotente que siempre se ha salido con la suya... hasta que conoce a
Sana claro.
Hayama es un personaje con muchos claroscuros ya que desde el principio tiene la potencialidad de convertirse en un gran antagonista y la evolución del personaje me parece muy interesante. La autora podría haberle llevado por derroteros muy distintos y el hecho de que lo haga madurar manteniendo su esencia me parece muy acertado.
A juzgar por la dirección que toma la trama en numerosas ocasiones diría que
Miho Obana es una autora muy sensibilizada con los problemas sociales y psicológicos y que no deja nada al azar en sus historias. Pone mucho énfasis en el impacto emocional que pueden tener ciertas vivencias durante la infancia y aborda diversas formas de lidiar con dichas secuelas psicológicas. A pesar de la duración moderada de la obra, encontraréis desde la más absoluta negligencia hasta la sobreprotección patológica sin olvidar el maltrato infantil franco y los problemas que pueden derivar de cada tipo de
crianza.
Esta relectura me ha hecho viajar en el tiempo, ya no solo por los recuerdos de cuando la leí por primera vez sino por la edición, totalmente desfasada. Quince años han pasado desde que saliese el primer tomo a la venta en España, lo que se traduce en una calidad pésima de la edición en todos sus aspectos: traducción, rotulación, impresión... Las páginas están mal cortadas, hay onomatopeyas sin traducir, descuidos que un corrector tendría que haber detectado antes de la impresión, la sinopsis en la contraportada del último tomo es la misma que en el primero... no acabaría nunca. Y algo que me llama mucho la atención, aunque las divisiones entre capítulos distintos son evidentes por las interrupciones en la trama, no hay portadillas. Esto es algo que caracteriza todas las ediciones manga (al menos las de shôjo) de la época y ha hecho que me pregunte si en los noventa no se realizaban portadillas para los capítulos. ¿O puede ser posible que en el momento de editar un manga en España se prescindiera de este material
adicional para darle una mayor continuidad a la versión en tomo? Otra reliquia (esta positiva) son los numerosos free-talks que, de hecho, no terminé de leer... tenía demasiadas ganas de seguir con la trama principal como para hacer tantas interrupciones! Pero me reí bastante con los pocos que sí leí. Igual que con las portadas no sé si ya no aparecen en las salidas actuales por decisión editorial o porque ya no existen en la versión original japonesa.
Creo que
Miho Obana es una autora peculiar, de esas que supo encontrar su nicho y crear un estilo que le es propio y que permite reconocerla en todas sus obras (y me refiero a algo que va mucho más allá de la estética). El mercado español de manga ha perdido una gran oportunidad al ignorar a esta autora estos últimos años, si supiera italiano me habría comprado todas sus obras ya. En caso de que se os presentara la oportunidad, os animo a comprar esta obra, es una lectura que deja poso.