Tras Los Pies Vendados, del autor chino Li Kunwu, Casualmente, del autor japonés residente en Reino Unido Fumio Obata y Ladronzuela, del autor surcoreano Micheal Cho, le tocó el turno a Cuadernos Japoneses, de Igort, en este caso un autor italiano que vivió y trabajó en Japón durante una larga temporada. Lo que comenzó con el deseo de querer alejarme un poco del manga tras leer la maravillosa y desenfadada primera entrega de Giant Days terminó en una selección accidental de títulos que en mayor o menor medida giraban en torno al continente asiático ya fuese por la nacionalidad de sus autores, por el emplazamiento de la historia o por su trama principal. Y así es como acabé con Cuadernos Japoneses entre mis manos donde un autor occidental explica, entre otras cosas, cómo vivió él la creación de manga.
Igort sintió una profunda fascinación por la cultura, arte y tradición japonesas desde su juventud, lo que le llevó a hacer numerosos viajes a Japón, residiendo allí durante largas temporadas mientras trabajaba para una editorial tan prestigiosa como Kodansha. Estos cuadernos japoneses no dejan de ser una mezcla entre diario y ensayo en que el autor aborda de forma caótica diversos aspectos del país nipón, centrándose quizá en los más llamativos tanto a nivel histórico como personal.
Gran parte de este volumen aborda distintas personalidades japonesas incluyendo tanto novelistas como mangakas por lo que Igort repasa la vida y obra de autores tan variopintos como Mishima, Tanizaki, Jiro Taniguchi, Osamu Tezuka, Hayao Miyazaki, Yoshiharu Tsuge, Shigeru Mizuki, Hokusai Katsushika sin ningún orden particular. Aunque el manga tiene, por lo tanto, un importante peso a lo largo de los cuadernos (no en vano serializó uno el propio Igort durante años) hay espacio también para hablar de cine, samurais, monjes y geishas, en un intento por comprender el espíritu japonés a partir de sus manifestaciones artísticas y culturales.
Sin embargo, al querer hacer un repaso tan amplio de Japón en sus más diversas vertientes, el volumen final parece compuesto por parches que se han ido colocando uno tras otro tal y como se le iban ocurriendo al autor. No hay un hilo, ni temático ni cronológico, y el autor salta de sus experiencias personales a lo aprendido investigando continuamente. Aún así, cada pequeña pieza de información es tan interesante que la estructura es lo de menos. De hecho, esa combinación de hechos (más o menos objetivos) con experiencias (más o menos subjetivas) resulta muy equilibrada ya que ambas actúan de forma sinérgica para tener un punto de vista lo más amplio posible en ese afán imposible de comprender un país entero.
En lo que al manga respecta, se nota el interés genuino del autor, que no sólo habla de los que para él son grandes mangakas sino también de cuál fue la inspiración de éstos. Disfruté en especial un pasaje en que narra su encuentro con Taniguchi, en el que hablaron sobre las diferencias entre el manga y la bande dessinée, en que el reconocido mangaka se lamenta de su lentitud (tomando como estándar el ritmo semanal japonés de 20 páginas) mientras que Igort señala que en el mercado franco-belga (y europeo por extensión) se suelen hacer tan sólo 48 páginas al año (para sorpresa del japonés). Y, dejando de lado las menciones obvias a nombres de la talla de Tezuka o Miyazaki, me sorprendió mucho el interés por Tsuge, del que aquí hemos podido catar El Hombre sin Talento (mencionado directamente en Cuadernos Japoneses) y La Mujer de al lado.
Entre tantísimos datos interesantes, confieso que me apena que la única mujer que se destaca entre los cuadernos es Abe Sada, una prostituta, embustera y homicida que alcanzó gran notoriedad en la sociedad japonesa. Me cuesta creer que entre tanto personaje ilustre masculino sea ésta la única mujer que mereciese ser mencionada en los cuadernos de Igort.
El formato es de lo más extravagante. Hasta tal punto que no creo haber encontrado antes unos cuadernos que combinen cómic mudo, ilustraciones, prosa y cómic, tanto a color como en blanco y negro, todo mezclado sin ton ni son, siguiendo el mismo caos ordenado de los temas que se tratan, el salto de formato delimita cada pequeño capítulo, si es que los puede llamar así.
Cuadernos Japoneses es una obra que transmite por todos sus poros la fascinación de su autor por Japón y que, a la vez, anima al lector a indagar sobre su cultura. Personalmente, me ha dejado con muchas ganas de seguir con esta inmersión cultural y aunque tenía la lectura de Red Red Rock estancada creo que es un buen momento para retomar a Hayashi Seiichi. En cualquier caso, le reconozco a Igort el mérito de haber logrado el éxito en un país racista y con tanta aversión por los gaijin.
Igort sintió una profunda fascinación por la cultura, arte y tradición japonesas desde su juventud, lo que le llevó a hacer numerosos viajes a Japón, residiendo allí durante largas temporadas mientras trabajaba para una editorial tan prestigiosa como Kodansha. Estos cuadernos japoneses no dejan de ser una mezcla entre diario y ensayo en que el autor aborda de forma caótica diversos aspectos del país nipón, centrándose quizá en los más llamativos tanto a nivel histórico como personal.
Gran parte de este volumen aborda distintas personalidades japonesas incluyendo tanto novelistas como mangakas por lo que Igort repasa la vida y obra de autores tan variopintos como Mishima, Tanizaki, Jiro Taniguchi, Osamu Tezuka, Hayao Miyazaki, Yoshiharu Tsuge, Shigeru Mizuki, Hokusai Katsushika sin ningún orden particular. Aunque el manga tiene, por lo tanto, un importante peso a lo largo de los cuadernos (no en vano serializó uno el propio Igort durante años) hay espacio también para hablar de cine, samurais, monjes y geishas, en un intento por comprender el espíritu japonés a partir de sus manifestaciones artísticas y culturales.
Sin embargo, al querer hacer un repaso tan amplio de Japón en sus más diversas vertientes, el volumen final parece compuesto por parches que se han ido colocando uno tras otro tal y como se le iban ocurriendo al autor. No hay un hilo, ni temático ni cronológico, y el autor salta de sus experiencias personales a lo aprendido investigando continuamente. Aún así, cada pequeña pieza de información es tan interesante que la estructura es lo de menos. De hecho, esa combinación de hechos (más o menos objetivos) con experiencias (más o menos subjetivas) resulta muy equilibrada ya que ambas actúan de forma sinérgica para tener un punto de vista lo más amplio posible en ese afán imposible de comprender un país entero.
En lo que al manga respecta, se nota el interés genuino del autor, que no sólo habla de los que para él son grandes mangakas sino también de cuál fue la inspiración de éstos. Disfruté en especial un pasaje en que narra su encuentro con Taniguchi, en el que hablaron sobre las diferencias entre el manga y la bande dessinée, en que el reconocido mangaka se lamenta de su lentitud (tomando como estándar el ritmo semanal japonés de 20 páginas) mientras que Igort señala que en el mercado franco-belga (y europeo por extensión) se suelen hacer tan sólo 48 páginas al año (para sorpresa del japonés). Y, dejando de lado las menciones obvias a nombres de la talla de Tezuka o Miyazaki, me sorprendió mucho el interés por Tsuge, del que aquí hemos podido catar El Hombre sin Talento (mencionado directamente en Cuadernos Japoneses) y La Mujer de al lado.
Entre tantísimos datos interesantes, confieso que me apena que la única mujer que se destaca entre los cuadernos es Abe Sada, una prostituta, embustera y homicida que alcanzó gran notoriedad en la sociedad japonesa. Me cuesta creer que entre tanto personaje ilustre masculino sea ésta la única mujer que mereciese ser mencionada en los cuadernos de Igort.
El formato es de lo más extravagante. Hasta tal punto que no creo haber encontrado antes unos cuadernos que combinen cómic mudo, ilustraciones, prosa y cómic, tanto a color como en blanco y negro, todo mezclado sin ton ni son, siguiendo el mismo caos ordenado de los temas que se tratan, el salto de formato delimita cada pequeño capítulo, si es que los puede llamar así.
Cuadernos Japoneses es una obra que transmite por todos sus poros la fascinación de su autor por Japón y que, a la vez, anima al lector a indagar sobre su cultura. Personalmente, me ha dejado con muchas ganas de seguir con esta inmersión cultural y aunque tenía la lectura de Red Red Rock estancada creo que es un buen momento para retomar a Hayashi Seiichi. En cualquier caso, le reconozco a Igort el mérito de haber logrado el éxito en un país racista y con tanta aversión por los gaijin.