Y este cómic lo descubrí muy colateralmente cuando me acerqué tímidamente al stand de Astiberri en el salón del cómic de hace dos años donde estaban Cristina Bueno y Ramón Rodríguez en principio dedicados a la firma de, precisamente, Ausencias; solo que en ese momento a mí este título me importaba más bien poco, ni siquiera me había molestado en leer la sinopsis e iba bastante aturdida tras haber devorado el magnífico Sostres, que es el cómic del que buscaba la firma. La cuestión es que ese mismo día vi algunas páginas de estas ausencias en una exposición de aquel año sobre cómic autobiográfico y se fue directo a la lista de pendientes.
Ramón Rodríguez fue diagnosticado con epilepsia a los ocho años. Esta condición moldeó su infancia y su madurez y es la que le ha convertido en el adulto, músico y padre que es ahora. Quizá era evidente, quizá no tanto, pero echar la mirada hacia atrás y analizar retrospectivamente su vida tomando aquellas extrañas ausencias como hilo conductor era un proceso necesario para que Ramón lograra conciliarse consigo mismo a la vez que se descubre con valentía tanto a la mirada familiar como a la totalmente ajena con la ayuda del talento de Cristina.
En Ausencias, Ramón va saltando de su infancia a su adultez, de ahí a la adolescencia y nuevamente a la infancia. No pretende hacer una recopilación cronológica de los acontecimientos más importantes de su vida, ni mucho menos, sino hilar sus recuerdos más importantes por su contenido: de la primera ausencia a su pasión por la música, de ahí a su afición por el cine de terror, de nuevo a la epilepsia y así sucesivamente.
Cuando leo obras autobiográficas no puedo evitar sentirme como una intrusa cotilleando las intimidades ajenas pero, a la vez, me maravilla darme cuenta de lo parecidos y distintos que somos todos unos de otros. Yo tengo la fortuna de no padecer ni haber padecido epilepsia ni ningún otro trastorno que se le asemeje pero sé que, si se hubiese dado el caso, mi madre también habría trasnochado conmigo (aunque la maratón quizás hubiese sido de Jeanne).
Al ser el autor originario de Vilassar de Dalt, las distintas localizaciones son un guiño constante. Me llevo quince años con el autor pero no son suficientes como para que en mi infancia no fuese yo también repetidas veces al parque de atracciones del Tibidabo o a la Isla Fantasía. Detalles como ver algún walkman (reliquias del pasado) o videoclub en las viñetas son más que suficientes para ubicarnos unas décadas atrás y Cristina se desenvuelve muy bien con los fondos aun y con su característico dibujo sencillo y reduccionista.
Un cómic costumbrista que podría pasar por una de esas historias en las que simplemente se narran las pequeñas cosas que constituyen nuestro día a día, se convierte en algo más al retratar, desde el punto de vista de un paciente, cómo es crecer con un diagnóstico de epilepsia. Porque, aunque son las ausencias las que dan título al cómic, son muy pocas las que en realidad aparecen entre sus viñetas. El tratamiento para prevenirlas, las pruebas médicas de rutina durante años, las estrictas recomendaciones y las malas experiencias vividas de niño son los verdaderos protagonistas.
Igual que en Que no, que no me muero, la relevancia no la tiene tanto el diagnóstico en sí sino todo lo que implica cuando lo enmarcamos en la sociedad actual, que ha encontrado cura para casi todo menos para la propia cura. Tener un ataque epiléptico es desagradable y peligroso pero pasarse siete años tomando pastillas todos los días, con unos efectos secundarios incapacitantes no es que sea el sueño de todos los niños. Estar vivo es importante pero tener cualidad de vida también y es algo que no suele formar parte de la conciencia colectiva (hasta que te pasa a ti, claro).
Ausencias es una lectura polifacética donde tanto se aborda una enfermedad bastante desconocida como los juegos de niños con disfraces de Spiderman y juguetes de Star Wars; es una lectura para todo el mundo, de la que difícilmente no encontraréis jugo que sacar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario