Minetarô Mochizuki ya era moderadamente conocido en el mundillo después de que la entonces todavía Glénat publicara, entre 2001 y 2009, tres de sus obras: Dragon Head, La Mujer de la Habitación Oscura y Maiwai. Además, al menos ésta última fue una de las víctimas de la redistribución a precio de saldo para librarse de stock sobrante en el almacén que llevó a cabo EDT de forma masiva en 2013, poco antes de hundirse definitivamente como editorial. Es por eso que el lanzamiento de Chiisakobee por parte de ECC hace casi dos años gozó de un cierto reconocimiento inmediato ya que las obras anteriores generaron una base lectora robusta para las rarezas estilísticas del mangaka. Si no me quise acercar entonces a dichos títulos por temática, la que parecía una obra costumbrista y, además, concisa, se me antojó como la oportunidad ideal para descubrir al fin a Mochizuki. Así que no me entusiasmó demasiado descubrir que esta obra es en realidad una adaptación de una novela de Shûgorô Yamamoto... sin que eso me haya hecho disfrutar menos de su lectura por supuesto.
Los padres de Shigeji fallecen en un gran incendio en el barrio de Ichinomachi dejando a su único hijo como heredero y a partir de ahora jefe de la constructora tradicional Daitome. Al mismo tiempo, Ritsu regresa al barrio tras la muerte de su madre y decide hacerse cargo de unos niños huérfanos que se han quedado sin hogar (como ella). Para ello, se traslada con todos ellos a la casa de Shigeji, esperando la condescendencia del nuevo cabeza de familia. Mientras tanto, el tiempo va pasando y ante la más absoluta incredulidad de sus vecinos y conocidos, Shigeji no parece tener intención de celebrar el funeral de sus padres...
Chiisakobee es una historia que, valga la redundancia, es increíblemente japonesa. Y sí, con eso quiero decir que quizá lo sea demasiado. Cuando supe que la obra original de Shûgorô Yamamoto se publicó en 1957 sentí alivio al ver así justificadas muchas actitudes de los protagonistas que parecían (y efectivamente estaban) ancladas en el siglo pasado. Ritsu es una mujer tan joven que incluso se hace extraño considerarla como tal, sólo tiene 20 años y ya actúa como toda una ama de casa abnegada que se esfuerza en que su presencia pase desapercibida mientras se encarga de absolutamente todo sin que nadie se lo haya pedido y sin esperar nada más que un techo bajo el que dormir. Al contrario, se siente agradecida de que su presencia sea tolerada en la casa.
De una forma similar, y complementaria, Shigeji se coloca sobre los hombros una responsabilidad muy pesada que podría quebrar a cualquiera; y, si bien aguanta el embiste, lo hace a base de herir repetidamente a todas las personas que le tienen un mínimo de estima. Es un protagonista taciturno como pocos. Para enfatizar este rasgo de su carácter, Mochizuki aprovecha los recursos que sólo el cómic ofrece y dota a este personaje de una cabellera y barba tan profusas que no le vemos, literalmente, la cara al protagonista en prácticamente la integridad de la obra. Se trata de un recurso arriesgado (ecos de Punpun) que pervierte el ritmo narrativo pero que el autor soluciona con escenas esperpénticas y personajes de apoyo inverosímiles como el padre de Yuko o uno de los trabajadores de Daitome.
Pensándolo con detinimiento, puede que Chiisakobee sea el manga más minimalista que he leído hasta la fecha. Me cuesta horrores plasmar en esta reseña la capacidad genuina del autor de decir tantas cosas con tan pocos elementos. Todavía me siento anonadada por la compleja simplicidad de sus viñetas, en las que nada sobresale, en las que todo es tan normal que resulta extraordinario. Los marcados silencios de la obra deberían exigirle al dibujo mucha expresividad pero el autor se las apaña para contar todo lo que quiere con gestos de lo más sutiles. Toda emoción está contenida en esta obra y si podemos saber cómo se sienten es gracias a viñetas estratégicas en que las que el temblor de una mano delatan el nerviosismo o la rabia. Es por esa capacidad de transmitir tanto con tan poco que me ha maravillado Mochizuki.
La relación entre los protagonistas me parece entrañable ya que no coinciden prácticamente nunca pero, a su manera, están siempre pensando el uno en la otra y viceversa sin dejar que eso afecte a sus quehaceres cotidianos ya que ambos son trabajadores devotos dando lo mejor de sí mismos día sí día también. Es una visión del amor inusual, que en ciertos aspectos está anticuada pero que refleja con precisión una relación afectiva madura en que ambas partes se respetan y se valoran. Sobra decir que hay un par de puntos de inflexión en la esquiva trama amorosa que derivan del machismo más espantoso pero me consuelo pensando que es una cuestión de adecuación al guión original.
Empecé a leer Chiisakobee con bastantes expectativas y, en un primer momento, me decepcionó un poco. Tardé uno o dos tomos en adaptarme a las excentricidades de los personajes y a la estética bizarra del autor que, en el momento más inesperado, te gira 90 grados una viñeta al azar o se dedica a enfocar a sus personajes por el pecho o las piernas, en lugar de mostrar sus caras mientras hablan. Sin embargo, una vez sobrepasadas todas estas barreras, esta obra me ha convencido sin reservas. ¡No esperaba que me gustara tanto! Para terminar, sólo os diré que la edición francesa de Tokyo Kaido me hace ojitos...
Pensándolo con detinimiento, puede que Chiisakobee sea el manga más minimalista que he leído hasta la fecha. Me cuesta horrores plasmar en esta reseña la capacidad genuina del autor de decir tantas cosas con tan pocos elementos. Todavía me siento anonadada por la compleja simplicidad de sus viñetas, en las que nada sobresale, en las que todo es tan normal que resulta extraordinario. Los marcados silencios de la obra deberían exigirle al dibujo mucha expresividad pero el autor se las apaña para contar todo lo que quiere con gestos de lo más sutiles. Toda emoción está contenida en esta obra y si podemos saber cómo se sienten es gracias a viñetas estratégicas en que las que el temblor de una mano delatan el nerviosismo o la rabia. Es por esa capacidad de transmitir tanto con tan poco que me ha maravillado Mochizuki.
Esta niña es oro puro |
Empecé a leer Chiisakobee con bastantes expectativas y, en un primer momento, me decepcionó un poco. Tardé uno o dos tomos en adaptarme a las excentricidades de los personajes y a la estética bizarra del autor que, en el momento más inesperado, te gira 90 grados una viñeta al azar o se dedica a enfocar a sus personajes por el pecho o las piernas, en lugar de mostrar sus caras mientras hablan. Sin embargo, una vez sobrepasadas todas estas barreras, esta obra me ha convencido sin reservas. ¡No esperaba que me gustara tanto! Para terminar, sólo os diré que la edición francesa de Tokyo Kaido me hace ojitos...