Después de leer Cenizas (ese fantástico cómic que aún no he reseñado porque leí prestado de la biblioteca y tuve que devolver antes de que me diese tiempo a escribir su pertinente entrada) quedé prendada del estilo de Álvaro Ortiz (cuyo arte ya me había convencido con su aportación al proyecto Viñetas de Vida) y los gatitos de la portada de Murderabilia llevaban incitándome a comprar este nuevo título desde hace meses.
Malmö Rodríguez ha entrado en la terrible tierra de nadie que te absorbe una vez acabas tus estudios y te das cuenta de que no sabes qué hacer con tu vida. Es por eso que, motivado por el aburrimiento, la desgana y la pobreza, se anima a vender los gatos de su fallecido tío por una cifra desorbitada de dinero. ¿Quién tendría tanto interés en gastarse un dineral en un par de gatos? ¿Qué tienen de particular?
Una se pregunta si Álvaro Ortiz no será un psicópata o un asesino en serie, aunque de lo que creo que no hay duda es que se trata de una persona muy curiosa. Incluso una persona a la que la curiosidad le genera curiosidad pero claro, supongo que eso no deja de ser indispensable para alguien que crea. Lo primero que voy a decir de este cómic es qué es la murderabilia, por si no estáis familiarizados con este término, ya que creo que es una forma fantástica de empezar con esta reseña. La murderabilia hace referencia a todos aquellos objetos de colección relacionados con asesinatos e incluye desde la misma arma con la que se perpetró el crimen como pertenencias tanto de asesino como víctima. Tal y como comentan los protagonistas de este cómic, esta tendencia podría haberla comenzado un abogado de Wisconsin hace unos veinte años y, a este respecto, ¡he encontrado una breve noticia de 1996! Como Álvaro Ortiz siempre lo cuenta todo como si tuviese la intención de quedarse con el lector, una nunca está segura del todo de si lo que está leyendo forma parte de la ficción del cómic o si no es más que una vacilada del autor (y para eso tenemos google).
Tanto el estilo de dibujo como la ambientación como el carácter de sus personajes como el ritmo narrativo le dan una agilidad e ingenuidad a este cómic que chocan con contundencia contra la morbosidad del argumento, tan macabro. Y esta mezcla tan heterogénea da como resultado un producto espeluznante cuánto menos. En realidad, me recuerda un poco al arte de mi idolatrada Junko Mizuno solo que sin escalar tanto en los niveles de purpurina y surrealismo.
Malmö es un personaje fácil. El autor da en el clavo con una construcción que funciona a la perfección: chico joven, ni guapo ni feo, que no destaca especialmente en nada, que ha terminado de estudiar pero qué no sabe qué hacer a continuación, que quiere escribir un libro pero que no sabe de qué, que se deja llevar por las circunstancias para no tener que pelearse con la incertidumbre. Nos cae bien enseguida. El coleccionista es el típico hombre mayor que parece tan simpático que casi prefieres no quedarte a solas con él, solo por si acaso. Marcy es una chica de pueblo, con mucha historia de fondo, de esas que no le permiten avanzar a uno y que encuentra en Malmö al hombre ideal, no solo resulta exótico por venir de la ciudad y dárselas de escritor sino que, además, es un perfecto desconocido que no sabe nada de ella, a diferencia de todos sus amigos de siempre. Completan el elenco lo que podríamos llamar los tontos/matones/machitos de pueblo que no saben hacer otra cosa que emborracharse y hablar de caza y de sexo.
La relación entre Malmö y Marcy es uno de los detalles que más me han gustado de esta lectura. Lo que comienza de forma sórdida, con el alcohol, la frustración y la necesidad como principal motivación, acaba madurando (no me atrevería a utilizar la expresión florecer) en una cierta estabilidad, una cierta confianza y una cierta comodidad con escenas de sexo sencillo y desenfadado, que no pretenden ser ni sugerentes, ni cursis, ni siquiera significativas para la trama, sino que, simplemente, retratan el sexo como una más de las muchas facetas de una relación adulta. Y esa sencillez sin aditivos es perfecta.
¿Os imagináis el horror que tiene que ser tener un nombre sueco en... en fin, un país que no sea Suecia? Con diéresis y todo. Si yo siempre tengo que andar preocupándome de que me escriban el mío con hache, la diéresis tiene que ser un infierno burocráticosocial. Pues esta cuestión es irrelevante durante toda la lectura, no conlleva ninguna historia rocambolesca que se entrecruce con la principal, el protagonista sencillamente tiene un nombre poco usual y no hay que darle más importancia. Me gustan muchísimo todas las anormalidades que los autores dejan pasar desapercibidas en sus obras. Creo que enriquece mucho a la obra en su conjunto.
El trabajo de documentación del autor es más que notable, con un sinfín de referencias a múltiples asesinatos y actos de lo más atroces. El capítulo VIII me transportó a la lectura de El retrato de Dorian Gray, solo que con Murderabilia este catálogo resultó mucho más ameno e interesante debido al formato y temática del mismo.
«Escribe de lo que conoces», se burla Álvaro Ortiz de nosotros. Si bien él sufrió cierto bloqueo creativo entre Cenizas y Murderabilia y en eso podría asemejarse a Malmö, la verdad es que como autor se desmarca del costumbrismo en todas sus obras y se lanza a por una ficción que se sitúa justo en el límite entre la realidad y la irrealidad de forma que puedas pensar que todo lo que se cuenta en este cómic podría ocurrir (o haber ocurrido) de verdad.
Siendo honesta, Cenizas me parece una obra mucho más impredecible y a la vez redonda que esta. No estoy decepcionada porque un Álvaro Ortiz descafeinado sigue siendo mejor que muchos otros cómics que pululan o han pululado por mis estanterías y, de todas formas, Murderabilia tiene algunas virtudes de las que carece su antecesora. Además, que una historia sea predecible no es necesariamente malo ya que eso significa que es coherente. En resumidas cuentas, os recomiendo encarecidamente la lectura de este cómic y, sobre todo, no os dejéis engañar por la portada que, por mucho que aparezcan unos gatos tan monos, no dejan de estar rodeados por algo que parece bastante asqueroso.
Tanto el estilo de dibujo como la ambientación como el carácter de sus personajes como el ritmo narrativo le dan una agilidad e ingenuidad a este cómic que chocan con contundencia contra la morbosidad del argumento, tan macabro. Y esta mezcla tan heterogénea da como resultado un producto espeluznante cuánto menos. En realidad, me recuerda un poco al arte de mi idolatrada Junko Mizuno solo que sin escalar tanto en los niveles de purpurina y surrealismo.
Malmö es un personaje fácil. El autor da en el clavo con una construcción que funciona a la perfección: chico joven, ni guapo ni feo, que no destaca especialmente en nada, que ha terminado de estudiar pero qué no sabe qué hacer a continuación, que quiere escribir un libro pero que no sabe de qué, que se deja llevar por las circunstancias para no tener que pelearse con la incertidumbre. Nos cae bien enseguida. El coleccionista es el típico hombre mayor que parece tan simpático que casi prefieres no quedarte a solas con él, solo por si acaso. Marcy es una chica de pueblo, con mucha historia de fondo, de esas que no le permiten avanzar a uno y que encuentra en Malmö al hombre ideal, no solo resulta exótico por venir de la ciudad y dárselas de escritor sino que, además, es un perfecto desconocido que no sabe nada de ella, a diferencia de todos sus amigos de siempre. Completan el elenco lo que podríamos llamar los tontos/matones/machitos de pueblo que no saben hacer otra cosa que emborracharse y hablar de caza y de sexo.
La relación entre Malmö y Marcy es uno de los detalles que más me han gustado de esta lectura. Lo que comienza de forma sórdida, con el alcohol, la frustración y la necesidad como principal motivación, acaba madurando (no me atrevería a utilizar la expresión florecer) en una cierta estabilidad, una cierta confianza y una cierta comodidad con escenas de sexo sencillo y desenfadado, que no pretenden ser ni sugerentes, ni cursis, ni siquiera significativas para la trama, sino que, simplemente, retratan el sexo como una más de las muchas facetas de una relación adulta. Y esa sencillez sin aditivos es perfecta.
¿Os imagináis el horror que tiene que ser tener un nombre sueco en... en fin, un país que no sea Suecia? Con diéresis y todo. Si yo siempre tengo que andar preocupándome de que me escriban el mío con hache, la diéresis tiene que ser un infierno burocráticosocial. Pues esta cuestión es irrelevante durante toda la lectura, no conlleva ninguna historia rocambolesca que se entrecruce con la principal, el protagonista sencillamente tiene un nombre poco usual y no hay que darle más importancia. Me gustan muchísimo todas las anormalidades que los autores dejan pasar desapercibidas en sus obras. Creo que enriquece mucho a la obra en su conjunto.
El trabajo de documentación del autor es más que notable, con un sinfín de referencias a múltiples asesinatos y actos de lo más atroces. El capítulo VIII me transportó a la lectura de El retrato de Dorian Gray, solo que con Murderabilia este catálogo resultó mucho más ameno e interesante debido al formato y temática del mismo.
«Escribe de lo que conoces», se burla Álvaro Ortiz de nosotros. Si bien él sufrió cierto bloqueo creativo entre Cenizas y Murderabilia y en eso podría asemejarse a Malmö, la verdad es que como autor se desmarca del costumbrismo en todas sus obras y se lanza a por una ficción que se sitúa justo en el límite entre la realidad y la irrealidad de forma que puedas pensar que todo lo que se cuenta en este cómic podría ocurrir (o haber ocurrido) de verdad.
Siendo honesta, Cenizas me parece una obra mucho más impredecible y a la vez redonda que esta. No estoy decepcionada porque un Álvaro Ortiz descafeinado sigue siendo mejor que muchos otros cómics que pululan o han pululado por mis estanterías y, de todas formas, Murderabilia tiene algunas virtudes de las que carece su antecesora. Además, que una historia sea predecible no es necesariamente malo ya que eso significa que es coherente. En resumidas cuentas, os recomiendo encarecidamente la lectura de este cómic y, sobre todo, no os dejéis engañar por la portada que, por mucho que aparezcan unos gatos tan monos, no dejan de estar rodeados por algo que parece bastante asqueroso.