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sábado, 20 de febrero de 2016

Lunes 14: Hundertwasser (y un breve desahogo de mi paso por Innsbruck)

No voy a negar que soy un desastre. Enseguida me dejo llevar por nuevas ideas y, aunque me encanta empezar nuevas secciones y proyectos, tengo graves dificultades para llegar a término. Ya dejé totalmente aparcadas mis entradas sobre Ámsterdam pero es que me dejé mi viaje a Viena a medias a falta de un solo día por reseñar y, como últimamente tengo la mente viajera, he decidido que ya iba siendo hora de escribir esta última crónica vienesa.

Después de haber visto la Viena más palaciega pero también la más museística, me dejé para mi última mañana en la ciudad un arquitecto de lo más peculiar que, salvando mucho las distancias, me hizo pensar (para bien) en mi adorado Gaudí. Friedrich Stowasser, también conocido como Friedensreich Hundertwasser fue un renombrado artista y arquitecto, que concentra la mayoría de su obra arquitectónica entre Austria y Alemania. Especialmente famosa es quizá la Hundertwasserhaus, en Viena, que era mi principal objetivo turístico de mi último lunes en la capital.


Han pasado tantos meses desde este viaje que pensaba que iba a ser incapaz de relataros mis aventuras y desventuras en mi última jornada en Viena pero fue un día tan y tan accidentado que lo recuerdo mucho mejor de lo que pensaba. Sé que me levanté muy preocupada por si no me daba tiempo de ir y volver hasta la Hundertwasserhaus antes de que saliese el tren hacia Innsbruck (que era el destino real de mi viaje por tierras austriacas) porque, de todas las cosas que vi en la ciudad (además de mi día en Schönbrunn que no cuenta porque no estaba en el centro pero sí relativamente cerca de mi apartamento), era la única atracción turística que no estaba en el centro y que, por eso, cesé en mi empeño de ir a todas partes caminando y cogí el metro para acercarme. Como me había impreso un mapa de la zona, no tuve problemas para llegar y me pasé un buen rato admirando la fachada del edificio, que es en realidad un conjunto de viviendas sociales que teóricamente debería haber funcionado como una comunidad autosuficiente pero que por un problema de diseño, no pudo ser. Aunque está algo deteriorado y no "brilla" tanto como debió hacerlo en su inauguración, alzar la mirada y encontrarse con árboles de lo más frondosos en la azotea de un bloque de pisos fue uno de mis momentos favoritos del viaje. La pena es que no podía entrarse dentro (porque vive gente claro) así que me tuve que conformar con unas postales que vendían allí mismo de las habitaciones interiores, no hay dos iguales en todo el edificio.


Cuando me cansé de hacerle fotos a la misma pared (34 imágenes del edificio desde todos sus ángulos) me dirigí al Kunst Haus Wien que es a la vez un edificio diseñado por Hundertwasser y un museo que incluye una colección permanente de su obra pictórica con varias citas del arquitecto y una exposición temporal que, en mi caso, fue una exposición fotográfica de Joel Meyerowitz. Otra cosa que recuerdo es que la chica que vendía las entradas al museo era española, creo que fue la única vez que hablé en castellano en todo el viaje; estaba tan nerviosa ante la posibilidad de perder el tren que hasta le pregunté cuánto rato se tardaba de media en ver las exposiciones porque no quería arriesgar pero, ya que estaba allí, pues prefería verlo todo y acabé por comprar la entrada combinada que permitía el acceso a ambas exposiciones.


Empecé con una planta dedicada a la obra de Hundertwasser, de los cuadros más raros que he visto en mi vida. No se podía hacer fotos pero como soy una rebelde sin causa, hice alguna de estrangis aprovechando que los vigilantes no estaban muy por la labor. En las plantas superiores, estaba la exposición de fotografía y la verdad es que no le dediqué demasiada atención porque no es un medio que me atraiga especialmente y no le vi nada especial a la exhibición. Al final fui a toda pastilla y me lo vi todo en menos de una hora, ¡tiempo récord!

A la salida del Kunst es cuando empezó mi odisea viajera, empezó a llover y, por supuesto, no llevaba paraguas ni impermeable, no tenía mapa de esa zona concreta y empecé a caminar muy convencida de saber llegar al centro a pie pero, en algún momento, giré en la dirección contraria y acabé dando la vuelta más estúpida de mi vida, acabé otra vez frente al Kunst con cara de incredulidad y los pantalones empapados en lluvia. Congelada y al borde del ataque de ansiedad, volví a intentarlo y, esta vez, después de pasar por unas manzanas muy chungas donde solo había edificios de oficinas, llegué a la avenida que rodea el centro de Viena, que me decía que abandonaba la periferia para entrar en la zona que ya estaba incluida en el mapa de mi guía de viaje. Pero el susto que me llevé no me lo quita nadie.

La guía incluía un mapa de la parte dentro del círculo, como la
Hundertwasserhaus y el Kunst estaban tan cerca, pensé que sería
fácil volver al centro sin indicaciones. Me equivoqué.
Así pues, empecé una terrible caminata a través del centro y hasta el apartamento en que me estuve hospedando. No cogí el transporte público para volver porque quería pasar expresamente por el centro para comprar los souvenirs de última hora. Muy tristemente, entré en una pastelería a comprar los bombones típicos pensando que serían más baratos que en las tiendas para guiris (mundialmente conocidas por hinchar los precios) y me salió el tiro por la culata, ¡me salieron más caros!

Llegué al apartamento agotada, helada y hambrienta y arrastré penosamente mi maletón hasta la estación de trenes donde estuve dando mil vueltas en busca de algo de comer barato y comestible (que teniendo en cuenta mis delicados gustos era bastante difícil) a sabiendas de que me esperaban muchas horas de tren. Me cogí una especie de frankfurt extraño precocinado pensado para comer frío con mucho más queso de lo que me hubiese gustado y el ineludible croissant de chocolate con un café con leche que me costó medio riñón. Me tendríais que haber visto con la mochila enorme que pesaba un quintal, la maleta, el café en una mano, los tickets del tren en un equilibrio muy precario entre mi anular y el meñique... faltaba poco para que saliese el tren, me arrepentía mucho de haber comprado un café que ya no me apetecía tanto (pero que no iba a tirar porque me había costado un ojo de la cara), no encontraba mi vagón y no me aclaraba con la numeración. No sé cómo no reventé de cortisol ese día.


El caso es que encontré mi asiento sin problemas y tuve un viaje de lo más L-A-R-G-O. Coincidió con una de las oleadas de refugiados en Austria y hubo muchos parones y retrasos con los trenes, llegué horas tarde a la estación de Innsbruck, cuando ya era negra noche, sin wi-fi... Llegué de milagro al alojamiento que nos habían reservado y marqué diligentemente la clave que me habían enviado por email y que apunté en una libreta, la caja de la entrada se abrió y... cuál debió de ser mi cara al ver que no había llave ni tarjeta ni nada de nada. Me quedé así como en blanco en lo que no sé si fueron segundos o minutos y llamé al timbre sin mucha convicción. Escuché la voz de una chica que me abrió la puerta y que yo imaginaba que sería la recepcionista pero no, ¡era una huésped como yo! Después de imaginarme durmiendo en el suelo (pero dentro de un edificio al menos) resultó que mi compañera de habitación había malinterpretado un email que nos mandaron, entendió que estaría sola en la habitación y al ver que había dos llaves las cogió las dos porque mira, se quedaba más tranquila (sí, todavía la odio un poco por ello).

Foto necesaria
Comento de paso que la organización fue un caos, ella había mandado un mail quejándose de que en la habitación solo había una cama (gigante) y un sofá y que cómo era posible que tuviese que compartir la habitación, le contestó una de las organizadoras diciéndole que la chica con la que iba a compartir habitación (y aquí había un nombre que no era el mío) había solicitado estar sola así que ella también lo estaría. Mi querida compi no se dio cuenta de que el nombre que le dieron no era el mismo que en el mail inicial (el mío) y se quedó tan ancha. Al final acabé durmiendo yo en el sofá durante una semana (un horror). Teóricamente íbamos a hacer mitad y mitad pero oh, cosas de la vida, las dos últimas noches se fue de bares (yo no) y llegó muy tarde así que yo no estaba por la labor de recoger todas sus cosas de la cama para poder meterme en ella... (sí, también la sigo odiando un poco por ello).


En Innsbruck estuve por un curso así que no tuve mucho tiempo de hacer turismo pero sí que nos llevaron a lo alto de una de las montañas que rodean el pueblo (es bastante impresionante como enclave natural), el Seegrube. Otro día aproveché el descanso del mediodía para ir al centro, donde había varios edificios históricos y museos. A estos últimos no pude entrar por falta de tiempo pero al menos me di una vuelta por las calles de Innsbruck, que me parecieron encantadoras. ¡Espero volver en el futuro con un propósito meramente turístico!


Y bueno, hasta aquí mi viaje en solitario por tierras austriacas, os dejo con una foto que hice desde el avión, al volver, en que las cimas de las montañas se confunden con las nubes.

4 comentarios:

  1. la foto de la cabra es demasiado buena como para no dedicarle el comentario entero XDDDDDDDDD

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  2. muy buena la de la cabra.
    No conocía al arquitecto, pero parece interesante
    A todos nos ha pasado alguna vez de comprar un souvenir en algún lugar pensando que sería más barato y sea justamente lo contrario. Espero que al menos estuvieran muy buenos.


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    1. Pues la coña es que tenían un relleno de no recuerdo qué que no me gustaba, los llevé para mis compañeros de trabajo y no duraron ni un día así que imagino que al menos los disfrutaron!

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  3. No tengo nada interesante que decir, pero me ha gustado leer tus aventuras.

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