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domingo, 4 de octubre de 2015

Sábado 12: De catedrales y museos

El sábado me desperté bien pronto, con la idea de plantarme en la Stephansdom cuánto antes para aprovechar el día así que no eran ni las ocho de la mañana que yo ya estaba camino al centro (¡andando de nuevo!). Llegué tan pronto a la Catedral de San Esteban que ni siquiera habían abierto toda la parafernalia turística (tienda de souvenirs, indicaciones para las visitas guiadas, subida a una de las torres...), de hecho, lo primero con lo que me topé fue un cartel que rezaba «Today no cathedral tour, thank you for your understanding» que me generó una mezcla entre frustración y resignación instantáneas pero que, milagrosamente (todo muy religioso), no acabó con mi ánimo matutino.


En vista de que no tenía nada que hacer dentro de la catedral (ni siquiera fotos porque estaba el día gris gris y no se veía una mierda dentro), decidí rodearla por fuera y así ver todas las caras de su fachada. Fue así como encontré la entrada a la torre meridional de la catedral, cuyos 343 escalones podían subirse por el módico precio de 4,50€ a partir de las nueve de la mañana (que todavía no eran). Seguí dando la vuelta y volví a entrar de nuevo en la catedral para re-mirar el cartel informativo sobre la visita a las catacumbas que aparentemente indicaba que habría una a las diez en punto (que no estaba muy segura de si se haría o no por ese otro cartel que vi al principio pero la esperanza es lo último que se pierde) y me planté en la entrada a la torre sur justo cuando sonaban las campanadas que indicaban que ya eran las nueve en punto con lo que creo que fui la primera turista del día.

Vistas desde lo "alto" de la Stephansdom
En apenas diez minutos ya estaba en la cima (343 escalones son menos de los que parece) que debo reconocer que fue bastante decepcionante ya que las escaleras desembocaban en el interior de la torre, en una estancia totalmente cerrada con una tienda sosa de souvenirs y dos o tres ventanas bastante pequeñas que impedían tener una buena panorámica de la ciudad (estoy malacostumbrada a las torres abiertas de otras ciudades europeas como París, Venecia, Gante, Londres o Praga). Como no eran ni las nueve y media que ya volvía a estar al pie de la catedral, decidí ir a un McCafé que había visto de camino al centro a desayunar (la caminata de 3km y la subida a la torre en ayunas) y, aunque parezca mentira, ese fue el único McDonald's que pisé en todo el viaje (lo cual constituye un récord en sí mismo).


Después de desayunar me fui directa a la catedral por tercera vez para apuntarme al tour que se adentraba en las catacumbas de la catedral y la plaza a las diez en punto. Es una verdadera lástima que esté prohibido hacer fotos porque contemplar un montón de huesos humanos tirados de cualquier manera es una visión impactante cuánto menos (o quizá yo sea muy morbosa). El guía lo explicó todo en alemán (los turistas alemanes se reían mucho) y en inglés (sospechosamente, nada de risas en esta parte de la explicación) y, además, había papeles informativos en varios idiomas con un resumen de lo que decía el guía, castellano incluido.


Una vez salí de las catacumbas y considerando que ya le había exprimido todo el jugo a la Stephansdom, me puse rumbo a la Albertina, un museo cuya prolífica publicidad me tentó anunciando originales de Renoir y Monet. Aunque, una vez allí, me encontré con mucho mucho más. Podría hacer una sola entrada sobre la colección de este museo (no sería la primera vez) pero voy a intentar ser sintética por mi propio bien (y el vuestro, procrastinadores natos). Me fui directamente a la planta superior donde estaba expuesta la colección de arte moderno con, como decía, obras de Renoir y Monet pero también de Klimt, Signac, Toulouse-Lautrec, Degas, Delaunay, Magritte e incluso Miró y Picasso. También conocí gracias a esta exposición a Emil Nolde y Natalia Gontscharowa, dos artistas con estilos de lo más atrayentes.


Aunque me gustaron los cuadros aquí expuestos, mi gran descubrimiento del día fue en una exhibición temporal a la que fui por inercia (la entrada del museo valía para todas sus plantas) de dos autores cuyo nombre no había oído nunca antes: Lyonel Feininger y Alfred Kubin. Esta exhibición estaba construida en torno a la amistad entre ambos artistas, que mantuvieron una rica correspondencia durante años hablando tanto de arte como de la guerra; de hecho, fragmentos de algunas de sus cartas estaban transcritos en la exposición. Feininger no me dijo gran cosa pero quedé prendada del mundo interno de Kubin, oscuro y perturbador.


Y hasta aquí solo una de las cuatro plantas del museo. Para mi desgracia, visité la Albertina justo después de que terminara una exposición y antes de que comenzase la siguiente, dedicada a Edvard Munch, así que pasé directamente a una especie de galería que me hizo pensar en un palacio antiguo que tenía aquí y allá algunos grabados y cuadros pero que no me entusiasmó demasiado. Finalmente, fui a la planta menos uno, dedicada al arte contemporáneo (el raro, sí) con obras de lo más bizarras donde, como siempre, también me quedé prendada de alguna que otra autora. En este caso de Amy Cutler, Monika Grzymala y Julie Mehretu.


Al salir de la Albertina, después de haber comprado las postales y el imán de rigor más un calendario extra, tomé el camino de vuelta dirección a la Karlplatz desde donde quería ver la Karlskirche, la Secesión y el pabellón de Otto Wagner, antes de dirigirme a la última parada turística del día: el Museumsquartier. Me costó dios y ayuda orientarme allí porque aunque se le llame plaza, es más bien un parque ligeramente hundido y relativamente grande en el que, además, justo se estaba celebrando un festival gratuito al aire libre. Gracias a eso me pude comprar una bratwurst en un puesto ambulante y comérmela mientras escuchaba el redoble de los tambores.

Grúas siempre dispuestas a embellecer fotografías
Cuando terminé de comer y de hacer las fotos de turno, me fui al fin hacia el "barrio de los museos" con el objetivo de visitar el Leopold Museum, famoso por albergar una colección notable de pinturas de Egon Schiele (y alguna que otra de Klimt). El problema es que a estas alturas del día, y aunque no eran ni las dos y media de la tarde, yo ya estaba agotada y mi cerebro bastante saturado por lo que es posible que no aprovechara al máximo esta visita. Aun así, mi completismo me obligó a verme el museo íntegramente, aunque no prestara demasiada atención a gran parte de las obras expuestas. De Klimt me gustó todo, como era de esperar, Schiele fue otro gran descubrimiento del viaje (aunque no está al nivel de Kubin) y conocí a Richard Gerstl, un artista que se suicidó a los 25 años (acabaré haciendo un listado de escritores, poetas, pintores y músicos famosos que se suicidaron).


Cuando salí del museo eran las cuatro pasadas y mis piernas apenas podían sostenerme ya pero, fiel a mi planning inicial, bajé a Linke Wienzeile porque quería ver (y fotografiar) las fachadas modernistas de dos edificios adyacentes y, ya de paso, me metí de lleno en el Naschmarkt que recorrí con cierta indiferencia aunque estoy segura de que a aquellos de vosotros a los que les guste comer, disfrutarán de una visita a este mercado tan variopinto.


Llegué a mi apartamento a media tarde con un solo pensamiento: Viena me había vencido. Antes de ir no dejaba de lamentarme de que todo cerrara a las seis de la tarde, y allí estaba yo, tirada en la cama, totalmente destrozada y sin ninguna intención de salir de casa hasta el día siguiente. Al final tuve que hacer una mini escapada hasta un local de comida rápida que había cerca porque como mínimo me digné a cenar pero esa fue mi máxima actividad el sábado por la tarde, esperando a retomar fuerzas suficientes como para afrontar un tercer día de turismo desenfrenado en Viena.


Y mi gran cena fue uno de los platos más célebres de la cocina austriaca... el Schnitzel que, como veis en la foto, no es más que nuestro escalope de toda la vida. Después de un día corto pero intenso hice planes para el siguiente y me fui a dormir prontito, siguiendo mis recientemente incorporados horarios europeos.

1 comentario:

  1. vaya día de turismo hardcore! con días así normal llegar temprano y morir...

    Lo que más envidia me da es las Catacumbas, nunca he ido a ningunas y creo que me encantarían.

    PD: La locura contemporanea del museo negra y blanca se sale.

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