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domingo, 29 de julio de 2018

Eres mi mascota

Norma publicó los catorce tomos de Eres mi mascota (Kimi wa Pet) entre junio de 2010 y julio de 2013 convirtiendo así este manga en uno de los pocos y más selectos joseis que hemos tenido el placer de leer en castellano. Curiosamente, parece que ni siquiera la polémica adaptación del título original para su edición española bastó para que se hablara lo suficiente de ella (y eso que está a la altura de célebres ocurrencias de nuestra editorial argentina favorita como Lo nuestro no puede ser tío o Los caprichos de mi amo)  por lo que se trata de una obra que pasó relativamente desapercibida y de la que es difícil encontrar reseñas en la red. A mí me llamaba moderadamente la atención pero en aquella época estaba demasiado ocupada atiborrándome de shôjos de instituto y shonens de hostias como para echarle un ojo. Y, sinceramente, me alegro de haber dejado pasar todos estos años para darle por fin una tan merecida oportunidad a la obra... porque ahora soy yo la que tiene 27 años, igual que Sumire y no creo que hubiese sabido apreciar todas las connotaciones que tiene este manga cuando se publicó originalmente.

A sus 27 años, Sumire Iwaya trabaja como periodista en una gran empresa y sobrelleva el estrés laboral como puede. Después de varios fracasos amorosos propiciados por el complejo de inferioridad de sus parejas previas, se ha propuesto que su hombre ideal tiene que cumplir tres requisitos indispensables: ser más alto, cobrar más y tener más estudios que ella. Poco después de su último desengaño, se encuentra una caja gigante en medio de la calle con un chico joven que no tiene donde caerse muerto y decide llevárselo a casa a cambio de que se convierta en su mascota y, contra todo pronóstico, el chico acepta enseguida. Así es como Sumire recibe a Momo en su casa mientras continúa su búsqueda del futuro marido perfecto.


Antes de empezar a leer este josei, una tiene que aceptar y tragarse la premisa, aunque sea a regañadientes, de que una oficinista de éxito que vive sola estaría dispuesta a meter en su casa a un joven desconocido que se ha encontrado abandonado (¡dentro de una caja!) en medio de la calle como si tal cosa. Si pasamos por alto pues este despropósito, podemos intentar disfrutar de la lectura llena de matices que, contra todo pronóstico, ofrece en realidad Eres mi mascota. Al fin y al cabo, es necesario leer más allá del primer capítulo para conocer a Sumire y preguntarse si la adopción de Momo es tan estrafalaria como parecía en un primer momento.

Sumire tiene una reputación intachable, destaca tanto por su profesionalidad como por su belleza pero, precisamente por ello, le cuesta mucho establecer relaciones con sus compañeros: mientras que los hombres se sienten intimidados, las mujeres la envidian. Por si esto fuese poco, es brutalmente honesta, lo que tampoco le granjea muchos amigos entre sus compañeros de oficina. Desde un primer momento, Yayoi Ogawa expone una serie de problemáticas de cariz eminentemente social que le permiten criticar sin piedad una sociedad retrógrada en que las mujeres brillantes que quieren progresar en el mundo laboral no son, ni mucho menos, bienvenidas. Sumire tiene que aguantar con estoicismo todo tipo de comentarios y afrentas por ser buena en su trabajo. Al borde del burnoutSumire descubre en Momo un tranquilizante inmejorable.


Sin embargo, la autora le da una vuelta de tuerca más al ahondar en la vida sentimental de ambos, aunque se centra en Sumire. Ya en el segundo capítulo del manga aparece una figura clave para el manga, Hasumi, el primer amor de la protagonista, que se convertirá rápidamente en su pareja. Es aquí donde surge la trama principal de Eres mi mascota, consistente en los esfuerzos de Sumire por tener una relación romántica normal mientras le oculta a Hasumi la mera existencia de Momo.

Honestamente, se trata de una lectura que evoca muchísimos sentimientos y la mayoría son negativos: repulsa, asco, miedo y, sobre todo, consternación, son sólo algunos de ellos. Uno de los temas más escabrosos es la fijación de Sumire por complacer a Hasumi, ya que se obsesiona con llevar a cabo toda una serie de esfuerzos que, por otro lado, él nunca le ha exigido (ni insinuado que sean necesarios) con lo que termina exhausta después de cada cita con él. Para Sumire, ese sobreesfuerzo continuado en el tiempo es normal y se extiende a todos los ámbitos de su vida y su relación incluyendo el sexo. Aunque no es esta una obra con smut (no, lo siento si pensabais que los joseis son, por definición, picantes), sí se presentan múltiples situaciones en que Sumire se siente presionada a mantener relaciones con Hasumi simplemente porque "es lo que toca" y la resginación con la que se suele prestar a ello me parece aterradora.


Al final, los derroteros que toma la trama y cómo se resuelven ciertos entuertos es lo de menos en este manga (no sé si eso habla a favor o en contra de la historia en sí pero es como lo siento) ya que sobresale por la complejidad psicológica de sus personajes y por la capacidad de la mangaka de plasmar en el papel una situación sentimental totalmente imperfecta en la que Sumire se convence a sí misma continuamente de que está enamorada de Hasumi pero es a la vez incapaz de desengancharse de Momo, con el que tiene una relación afectiva irrompible sin ningún tipo de intercambio sexual. Consigue que la lectora se pregunte qué significa exactamente enamorarse o querer compartir la vida con alguien y pone en tela de juicio todos los convencionalismos respecto al amor romántico.


De hecho, tan entretenida está la autora dándole vueltas a la perdiz que, con tal de alargar la obra unos tomos más, va intercalando capítulos o sagas cortas autoconclusivas introduciendo elementos un tanto bizarros intrascendentes para la obra en su conjunto. Estos capítulos son algo anodinos y le restan algunos decimales a la nota global (esa que nunca pongo) del manga pero se le perdonan a Ogawa por su buen hacer en el resto de la historia. De la misma forma, añade desvíos que sí mantienen el nivel general de la obra, y que, de hecho, la enriquecen, referentes a la infancia de Sumire, sus hermanas y, sobre todo, su relación con su mejor amiga Yuri, personaje recurrente que le hace la contrapartida a la protagonista al corresponderse con el ama de casa japonesa ideal. Todos estos personajes femeninos, incluyendo diversas rivales en el amor, le permiten a la autora explorar el tema central de Eres mi mascota, las relaciones románticas adultas, desde muchos puntos de vista distintos.


Insisto mucho en el carácter maduro de la obra ya que plantea muchas cuestiones que se suelen dejar de lado en títulos destinados a un público adolescente como la lucha por tener una buena posición profesional, los problemas de tener un jefe tirano o subordinados indisciplinados, los rifirrafes laborales en general y otros asuntos de la vida privada como la convivencia, el matrimonio (y no, no me valen los alumnos de instituto que se casan al cumplir los 16 o 18 años), el adulterio, la vida en el extranjero y los problemas de salud mental que se desarrollan en ambientes altamente competitivos como la danza contemporánea.

Finalmente, no quería terminar esta reseña sin mencionar que Eres mi mascota es una historia eminentemente humorística con situaciones cómicas por doquier. La mayoría de temas que aborda la mangaka son de lo más dramáticos pero el tono se mantiene distendido en casi todos los tomos. Evidentemente, algo de culebrón hay pero creo que solo me hizo llevarme las manos a la cabeza un par de veces. Yayoi Ogawa juega un poco con el trazo cuando la narración lo requiere mutando su estilo para emular, por ejemplo, el shôjo clásico dando como resultado viñetas hilarantes. 


En las portadas no es tan evidente pero el dibujo me ha recordado una barbaridad al estilo de Moyoco Anno. De hecho, este josei tiene ciertos ecos a Tokio Style (Hataraki Man), un seinen magnífico cuya publicación desgraciadamente se abandonó en que la protagonista también era una mujer adulta, periodista, con problemas románticos debidos a su adicción al trabajo (aunque Hiroko no se agenciaba un adolescente tardío de mascota). Desde aquí hago un llamamiento a todas las editoriales de manga para que sigan apostando por obras cuyas protagonistas sean mujeres adultas con las ideas claras.

Después de todas las decepciones que me he llevado últimamente y, salvando algún que otro detalle que me ha hecho rechinar los dientes, con lo que me cuesta encontrar un manga que me entusiasme, no podría estar más satisfecha con la lectura de Eres mi mascota. Si queréis graduaros de los clichés del shôjo y probar con una obra en que la protagonista no se comporte como una adolescente y tenga alguna aspiración en la vida a parte de que el chico que le gusta se fije en ella, os invito a llorar amargamente ya que Norma descatalogó esta obra hace un par de años y es harto difícil encontrarla a un precio razonable.

domingo, 22 de julio de 2018

Voyeurs

Si fuese por la portada de este cómic, nunca le habría echado un ojo a Voyeurs. Refleja el interior de la obra ya que no deja de ser una de sus viñetas ampliada a tamaño cubierta pero, precisamente por eso, pierde su esencia contextual. Se echan en falta las otras cinco viñetas que deberían rodearla y, encima, el zoom despiadado hace que la imagen quede pixelada. Es por eso que comienzo la reseña con dos versiones de la portada, la original y la de la edición de La Cúpula


En esta ocasión no redacto sinopsis para la obra puesto que es autobiográfica e incluye pasajes ilustrados del diario personal de la autora entre 2007 y 2010 en que combina la más absoluta cotidianidad con reflexiones existencialistas. Aunque, para mí, Voyeurs haya sido la obra con la que he descubierto a Gabrielle Bell, se trata de una de sus recopilaciones más recientes y que publicó una vez su carrera ya estaba consolidada habiendo ganado ya varios premios. Por lo tanto, sospecho que no es la mejor de las maneras de aproximarse a esta autora aunque, en mi caso, haya saboreado la lectura de cada una de sus páginas.

Me pueden las obras autobiográficas en que sus autoras revelan hasta el detalle más íntimo de su vida (aunque me sienta un poco fisgona) como Alison Bechdel hablando sin complejos de sus relaciones familiares y románticas o Jennifer Hayden en su epopeya contra el cáncer y la vida en general. Sin embargo, Voyeurs se desmarca del género ya que el objetivo de Gabrielle Bell no es contarnos su vida sino vaciar sus miedos e inseguridades en la hoja de papel a base de narrar pequeños detalles de su día a día.


Voyeurs es una lectura opresiva y angustiosa. En mi caso personal, adentrarme en la psique de la autora ha sido una experiencia casi dolorosa que me ha obligado a dosificar su lectura durante varias semanas. Bell se lo cuestiona absolutamente todo: nuestra forma de vida, de consumo, las interacciones sociales, el éxito, el amor y la felicidad. Puede que sea una de las mentes más honestas con las que he topado con numerosas viñetas en las que no duda a la hora de confesar sus dilemas internos sobre cuestiones intrascendentes mientras sus conocidos o amigos discuten pensando que está atenta.

Voyeurs comienza con una breve introducción, que parece diseñada con ocasión de la publicación en papel de la antología,  en que la autora, junto con sus amigos, espía desde una terraza a una pareja en plena acción en el piso de enfrente. Hay alguna otra ocasión en que se hace referencia a ese voyerismo obvio, cuando Gabrielle espía a través de la mirilla conversaciones ajenas. Sin embargo, dejando de lado estas alusiones directas, las pequeñas historias de esta recopilación se caracterizan por el nivel de detalle con el que la autora describe todo tipo de interacciones sociales, desde sus peleas con sus ex-parejas hasta la conversación más banal. Ya que aplica el mismo énfasis para todo tipo de situaciones, transmitiendo la sensación de que es una mera observadora incluso de su propia vida.


Me parecen fascinantes todas las nociones a lo largo de la obra de que no importa todo lo que se consiga a nivel personal o profesional, la felicidad no es algo duradero que sea posible alcanzar. Gabrielle tiene éxito pero se siente un fraude; Gabrielle puede viajar a sitios maravillosos pero termina encerrándose en la habitación; Gabrielle es invitada a fiestas y demás pero no consigue integrarse en la multitud; Gabrielle es una infeliz sempiterna escoja lo que escoja. La precisión con la que describe ciertos intercambios es abrumadora.

Es muy posible que el estilo de dibujo ahuyente a más de uno, con un coloreado plano que no ayuda en absoluto pero os animo de todas formas a darle una oportunidad a una obra excelente. Eso sí, para nada recomendable si estáis de bajón porque a lo mejor termináis por tiraros por la ventana. Por supuesto, al estar formada Voyeurs por varios capítulos más o menos autoconclusivos y algunas páginas que pueden actuar como tiras cómicas algunas veces y como unidades poéticas otras tantas, el nivel es algo desigual pero la mayoría de historias independientes mantiene el nivel.


Esta reseña ha sido posible gracias a la intensa promoción del título llevada a cabo por La Cúpula (hay editoriales que lo hacen tan mal que ahora ya me resulta encomiable cuando veo una que lo hace bien), a su inclusión entre los esenciales de 2017 de la ACDComic y al periodista/blogger desalmado que recibió un (ahora en mi poder) ejemplar de prensa y luego lo abandonó (a cambio de un precio imagino que irrisorio) en el mercat de Sant Antoni para que pudiese encontrarlo yo en el momento idóneo. Voyeurs ha venido para quedarse orgulloso en mi estantería y, más pronto que tarde, le acompañarán sin duda otras obras de la misma autora.

domingo, 8 de julio de 2018

Ran y el mundo gris

Hace un año publiqué en aquella semana kamikaze de entradas diarias mis impresiones sobre el primer tomo de Ran y el mundo gris, un seinen fantástico de Aki Irie que licenció Tomodomo para regocijo de los fans españoles del manga en general. El mes pasado salió a la venta su esperado séptimo y último tomo con lo que ha llegado el momento de volver a dedicarle unas líneas a esta historia. No me voy a entretener presentando una sinopsis porque creo que para hablar del punto de partida ya dije todo lo que tenía que contar hace un año así que paso directamente al análisis de la obra en su conjunto.


Quizás el factor que convierte Ran y el mundo gris en una lectura tan adictiva es su brutalidad. No me refiero a que se trate de una obra violenta (por mucho que tenga sus escenas de acción y varias batallas encarnizadas) sino a que todo lo que ocurre a lo largo de los siete tomos tiene una magnitud colosal, difícil de digerir incluso. Aki Irie nos pone en situación con personajes sobrehumanos que no se inmutan en situaciones esperpénticas que desafían todas las leyes naturales mientras que con una sola mueca pueden transmitir la tensión en mayúsculas de un detalle en apariencia minúsculo. Todas las viñetas están dotadas de muchísima fuerza convirtiendo este manga en una lectura de lo más intensa.


Aunque pueda parecer contraintuitivo, uno de los grandes aciertos de la autora con Ran y el mundo gris es que la trama es absolutamente errática. Desde el primer capítulo nos sumerge en el día a día de Ran sin ningún tipo de introducción ni preámbulo. Avanza a trompicones con breves entregas autoconclusivas para saltar más adelante a un arco argumental muy ambicioso que se apoya en conceptos que ha ido introduciendo casi sin que el lector se diese cuenta. La forma en que la autora salta de uno a otro tomo me parece muy inteligente y revela hasta qué punto el guión de la obra entera estaba definido desde el primer capítulo.

La información clave de Ran y el mundo gris la adivinamos por lo que Aki Irie no nos cuenta. Aprendemos detalles esenciales del universo en el que se desarrolla gracias a la manera de reaccionar de los personajes más que por lo que puedan decir. Así, sabemos más de la relación entre Zen y Shizuka por el grito que pega el primero ante cierta revelación que por una anodina declaración de amor. La misma estrategia sutil utiliza la mangaka para que comprendamos la situación de Ran tanto con su familia como con sus compañeros de colegio, sin explicarlo nunca directamente.


Por mucho que Ran sea la protagonista, la autora le dedica muchísimo espacio a todos los personajes que la rodean e incluso a aquellos con los que nunca llega a compartir viñeta. En el momento más inesperado intercala páginas (y capítulos enteros) para dedicar protagonismo a su hermano Jin, el vecino del peinado extravagante o la señora que hace tratamientos de belleza a las brujas del lugar. Pero, por supuesto, estas historias no estorban entorpeciendo el desarrollo de la trama principal sino que actúan a modo de paréntesis agradables dando más profundidad a la obra.

Algo que considero prácticamente inherente al manga en general - y que se debe precisamente al funcionamiento de la industria del cómic en Japón - es la incapacidad de los mangakas de saber cuándo (y cómo) hay que poner punto y final a sus historias. Ran y el mundo gris también destaca en este punto con un final que no solo es impoluto sino que llega cuando es natural que la historia termine y no inmediatamente después del arco principal. Aki Irie tiene muy claro el mensaje que quiere transmitir y que todos los arcos repletos de acción que hila, por mucho que entretengan al lector, sirven por encima de todo de puente para llegar a ese final.


Sé que muchos lectores y, sobre todo, lectoras han sentido distintos grados de rechazo hacia esta obra por dos motivos muy concretos. Uno es el fanservice y otro es la relación entre Ran y Ôtarô. Y creo que es importante que me detenga a discutir un poco sobre ambos asuntos. En lo que respecta al fanservice, es cierto que cada vez que Ran se pone sus zapatillas para convertirse en adulta, saltan a la vista sus atributos femeninos que se ven realzados bajo la ropa infantil y extremadamente pequeña que usa la Ran de diez años. Sin embargo, el fanservice descarado es ínfimo, hay muchísimos personajes femeninos con todo tipo de cuerpos (como Tamao, que está más plana que una tabla de planchar y sigue siendo la más sexy del lugar) y, de hecho, la autora se regala bastante dibujando los pectorales de Jin. Pero lo más importante de todo es que al final, cuando Ran crece de verdad, no tiene el cuerpo despampanante que se imaginaba de pequeña; es decir, a sus diez años proyectaba su anhelo por ser como su madre (la mujer más voluptuosa del manga entero), fruto de su admiración y de sus inseguridades y ese sentimiento me parece el más inocente y enternecedor.


Un asunto más dramático que el del fanservice es la accidentalmente (casi) pedofílica relación entre Ran y Ôtarô. Para mí la clave para entender y "aceptar" su relación reside en que Ôtarô no solo no sabe que Ran es en realidad una cría de diez años sino en que, además, se enamora genuinamente de ella y es gracias a su conexión con ella que se da cuenta del tipo de persona en que se ha convertido e intenta rectificar para enmendar sus errores pasados. De hecho, ese es uno de los mensajes más poderosos de la obra, que la forma en que nos relacionamos con otras personas puede rebajar asperezas del carácter. En mi opinión, Aki Irie sobresale por presentar una situación tan incómoda y moralmente cuestionable y salir airosa en su desarrollo.


La edición de Tomodomo es, como acostumbran sus editoras, excelente tanto en calidad y precio como en traducción. No me canso de alabar la labor de Ana adaptando el japonés original a un castellano cercano con el que te tronchas, que facilita y hace fluir la lectura. Y, por supuesto, la edición cuenta también con los regalos a los que acostumbran, con múltiples puntos de libro y alguna postal. Espero que como ya han hecho con Moto Hagio y Yuhki Kamatani, se animen a traer nuevas obras de Aki Irie como Hokuhokusei ni Kumo to Ike. Mientras tanto le hincaré el diente al primer tomo de École Bleue (Gunjou Gakusha), que lo tengo por casa desde el año pasado.

Ran y el mundo gris es uno de esos pocos mangas que sé a ciencia cierta que releeré en el futuro y que me llevaré conmigo hasta que pueda tener mi soñada biblioteca en casa. Pocas obras hay que me hayan gustado de esta manera, de principio a final. Os la recomiendo encarecidamente a todas las personas que me leéis porque, si no os gusta Ran, no sé qué lo hará.

domingo, 1 de julio de 2018

Shangri-La

De entre las decenas de novedades que salen a la venta cada mes, decidí hojear Shangri-La porque lo había visto en varios de esos listados de «lecturas imprescindibles» del 2017. Tras encontrarme con personajes antropomórficos en el espacio exterior me obcequé con leer este BD y lo reservé enseguida en la biblioteca.


Scott lleva a cabo una investigación secreta para Tianzhu Enterprises, la compañía que monopoliza el consumo y dicta el destino de la última colonia humana en un futuro en que la Tierra ha dejado de ser habitable. Asume su rol en la estación espacial y obedece sin rechistar aunque muchas de las órdenes recibidas hagan recelar a sus compañeros, miembros de una célula rebelde que se opone a los designios de los altos mandos de Tianzhu.

Las más de 200 páginas de Shangri-La aúnan desde elementos recurrentes de la hard sci-fi hasta ese augurio fatalista del devenir de la humanidad que encontramos tan a menudo en las ficciones contemporáneas, sin olvidar la crítica social inherente a toda obra de ciencia ficción que se precie. El autor consigue esta combinación a base de reciclar las ideas principales de Wall·E, Los Juegos del Hambre y algún que otro capítulo de Black Mirror.


Mathieu Bablet se aprovecha del carácter post-apocalíptico de su obra para presentar una sociedad demente donde el consumismo líquido se ha apoderado de los habitantes de la última colonia humana en el espacio. El autor ataca sin piedad nuestra actual sociedad de consumo con escenas poco sutiles en que presenta evidentes contradicciones. En las primeras páginas encontramos a Scott ofuscado por las quejas de los rebeldes, alegando que la raza humana jamás ha sido tan libre; sus palabras se enfrentan directamente al fondo de la viñeta en la que aparecen dos soldados uniformados con sendas armas de fuego preparadas para disparar al menor aviso.

La obra entera parece una gigantesca oda a los males del primer mundo: machismo, racismo, capitalismo. Y, sin embargo, a pesar de que es una lectura entretenida, tuve la sensación constante de estar leyendo algo incongruente. Los anuncios gigantescos de los productos de Tianzhu no venden otra cosa que sexualización descarada y objetificación del cuerpo de la mujer pero la sociedad de la estación espacial no parece en absoluto machista. Tan solo aparece una violación de forma secundaria, en segundo plano, innecesaria, como metida con calzador en una pequeña viñeta para dar algo de dramatismo añadido en el punto álgido de la obra. Pero aún me sorprendió más la ausencia de niños y ancianos en la estación, a los que tampoco se menciona en ningún momento; hace siglos que la humanidad se vio obligada a mudarse al espacio exterior pero las únicas personas que aparecen en Shangri-La son adultos jóvenes y animoides.


Es precisamente el concepto de animoide el que da riqueza a la obra en su conjunto, la hace más original y tiene un desarrollo bastante imprevisible que le permite al autor ampliar su crítica social, aunque en última instancia también lo considero desaprovechado. Pero es cuando el autor intenta saltar a una trama de ciencia ficción dura que el argumento entero de Shangri-La flaquea y se tambalea. Una mezcla imposible de biología y física liderada por energúmenos con delirios de grandeza autodenominados científicos me enerva hasta límites insospechados. Nunca comprenderé por qué siempre se degrada a los investigadores en la ficción, como si tuviésemos ni una pizca de humanidad.

Visualmente, desde luego, Shangri-La es una delicia. No se trata de un autor que destaque ni por el diseño de personajes ni por la composición de viñetas y, sin embargo, domina el uso del color y nos brinda panorámicas que quitan el hipo. Shangri-La destaca sin duda por sus escenarios, tanto dentro como fuera de la estación y es una de esas obras en las que vale la pena detenerse algunos minutos de más en varias escenas, ignorando la trama y disfrutando de todos los pequeños detalles que le dan una profundidad inusitada al cómic.


No quiero terminar la reseña sin recalcar que se trata de un volumen editado en tapa dura, con 224 páginas a color y de dimensiones titánicas (24x32 cm) ya que estas características encarecen la edición (28€) pero, sobre todo, aumentan el peso del volumen, para mí el mayor handicap a la hora de leer esta historia. ¡Tenedlo en cuenta a la hora de hacerle un hueco en vuestras estanterías!

En definitiva, Shangri-La es una excelente elección si buscáis un cómic de ciencia ficción con una trama que deja poso y que entretiene a partes iguales. No me extraña que se colara en tantas listas de lecturas recomendables publicadas durante el año pasado.